Por las noticias que se difunden en medios de comunicación todos los días –lamentablemente-– nos enteramos de la desaparición, secuestro o asesinato de una cantidad alarmante de personas, no sólo en Zacatecas, sino en todo el país.
Creo que la reacción casi generalizada de quienes somos ajenos a estas tragedias, es pensar o decir, «¡pobre gente!», o bien, en el otro extremo, «seguro andaba en malos pasos», aunque nunca lo sabremos, porque en realidad no nos interesa lo suficiente como para investigar seriamente lo que sucedió –ni siquiera quienes escriben o dicen esas noticias que tanto alarman a la población–.
Mucho menos se busca «retratar» fielmente la –insisto– tragedia que hay en torno a alguna de estas noticias, puesto que la víctima directa de la delincuencia era hijo de alguien, tal vez padre, hermano, esposo y amigo de alguien, esos «alguienes» son quienes sufren en carne propia el trauma, el estrés y casos extremos la pérdida de un ser querido.
Aunque a ciencia cierta nunca sabremos cuántos de todos los muertos o desaparecidos por el crimen andaban verdaderamente «en malos pasos», lo que sí es un hecho irrefutable es que no todos andaban mal, eran delincuentes o tenían nexos con el crimen.
Muchos lloran la muerte prematura de hombres y mujeres que estuvieron en el lugar y hora equivocada y otros, aunque huyeron de donde vivieron un infierno, autodesterrándose dejando atrás familia, amigos, patrimonio, su cultura y tradiciones no logran salir del todo de ese terrible episodio de sus vidas.
He platicado con algunas de estas personas, he visto cómo se apagó la luz en sus ojos que delataba su alegría y he sido testigo de cómo aunque han pasado años no quieren regresar a la tierra en la que fueron felices y de donde tienen tantos recuerdos, porque cualquier ruido del que no identifican su fuente los altera, porque si ven una camioneta o una motocicleta que se aproximan a ellos se les acelera el corazón y sus rostros se tornan pálidos, los labios se secan y ya no pueden ni siquiera moverse ni articular palabra.
Lo más grave de todo este drama humano –sí, todavía hay algo más grave– es que generalmente, no siempre, he de reconocer, la atención y cuidados se vuelcan en la persona directamente afectada –el secuestrado que fue liberado, el que sobrevivió a un balazo, el jefe de la familia que salió huyendo de su casa, etc–, pero se ignora, casi olímpicamente, a las personas que están más próximas a él, que sufren igual o más qué quien es un sobreviviente de la crueldad y maldad humana.
En la sombra se consumen lentamente, con la culpa de haber sobrevivido, que pesa como una losa sobre la espalda y dando atención a su ser querido, muchas veces sin poder hablar de lo que sienten, de sus miedos o sus dolores, porque se enferman y no pocas veces dejan de vivir lentamente.
Desgraciadamente, no sólo hay víctimas de la delincuencia, la violencia tiene muchas presentaciones, facetas y fases, algunas que ni siquiera sabemos identificar.
Sólo en 2023, de acuerdo con el portal www.statista.com se registraron en México un total de 42 mil 13 homicidios; en enero de este año, la asociación Alto al Secuestro, dio a conocer que los secuestros en el país subieron un 3.2% en 2023, en comparación con las cifras del año anterior, llegando a un total de 2 mil 402 víctimas, de las que 772 personas, cerca de un tercio, fueron identificadas como migrantes y de acuerdo con el INEGI, en 2023 cada 37 horas moría una persona víctima de violencia intrafamiliar.
Esas son cifras sólo de los casos que fueron denunciados, pero la cifra negra, esta que no sale a la luz, dicen, es mucho mayor.
Estas líneas las escribo para honrar a todas las víctimas colaterales de la violencia de todo tipo –criminal, sexual, familiar, laboral, etc–, que llevan sus duelos en mortal silencio. Si al menos una persona es rescatada de ese abismo por este artículo, habrá servido de algo.