A pesar de todo lo que se diga para ocultar lo que pasa en Zacatecas, lo que no está bien o las fallas que tiene el gobierno, la verdad siempre sale a la luz, se separa de la mentira como el agua al aceite.
Mucho se ha escrito y dicho ya sobre la explosión con la que tristemente cerró la Feria Nacional de Zacatecas (Fenaza) 2024 este domingo 22 de septiembre y ni mencionar los memes y sarcasmo puro que circula en redes sociales que dejan a la vista las mentiras falaces de los encargados de la seguridad en el estado, que rayan en burla para los zacatecanos, sobre todo para quienes fuimos –unos horas– rehenes de la incertidumbre, desorganización y poco conocimiento del manejo de crisis por inseguridad o situaciones de conflicto.
El estadio Carlos Vega Villalba, otrora Francisco Villa, tiene un aforo de entre 20 mil y 21 mil personas en los graderíos, para el concierto de este domingo casi todos los lugares estaban llenos y en cancha habían otras centenas, tal vez miles de espectadores que corearon la música de Alfredo Olivas y Julión Álvarez en su gira Prófugos del Anexo.
La emoción de ver y oír cantar en vivo a sus ídolos, hizo que el cansancio y la desesperación desaparecieran desde que se encendió la primera luz en el escenario y el primer acorde que hizo vibrar a la multitud; en la red se informaba que el concierto iniciaría a las 8 de la noche, por eso la fila se alargaba desde antes de las 4 de la tarde. “Los prófugos” salieron unos minutos después de las 11 de la noche.
Desde las 7 de la noche que empezamos a tomar nuestros lugares, la vendimia de botanas y bebidas embriagantes se desató a todo lo que da a pesar de los exorbitantes precios, era obvio que no había control, los vendedores hicieron su agosto desde que se empezó a llenar el estadio.
Ahí adentro una cerveza de tamaño “normal” costaba 60 pesos, el latón 80, una bolsa de papas de esas que afuera se pagan a 20 o 25 pesos ahí adentro se vendían a 120, igual que las botanas de la marca Sabritas; no se me hizo extraño, siempre es así, sin embargo, cuando mis vecinos intentaron pagar “un pedido” por el que según los precios era de 640 pesos, el vendedor les dijo que faltaba el pago por el servicio de llevar la mercancía a sus lugares, por lo cual deberían pagar 120 pesos extra.
Tres grupos próximos a mi grupo, fueron “desalojados” de sus lugres porque llegaron “otros dueños del asiento”; unas chicas que se habían ido por esa razón regresaron a ver si había un lugarcito, porque las sacaron, tuvieron que comprar otros boletos y como los nuevos lugares que les habían asignado también estaban ocupados los encargados les ofrecieron, sin cobrarles extra –qué desvergüenza–, dejarlas pasar a pie de cancha a oír el concierto ¡pero de pie!, o que de plano buscaran donde hubiera un “huequito” para quedarse arriba. Estaban enojadísimas, aunque después se pusieron a cantar a todo pulmón y a bailar.
La desorganización, desinformación, reventa de boletos y asaltos en despoblado, no fueron los únicos percances de la noche, de serlo, quedarían olvidados con el buen espectáculo que dieron los cantantes. Lamentablemente no fue así.
Aunque no todos los que estaban en el estadio dieron mucha importancia al estruendo ocurrido unos minutos después de la 1 de la madrugada, muchos abandonaron el recinto a esa hora, cuando fue muy evidente que algo pasaba porque policías y paramédicos empezaron a correr en dirección a donde todavía salía humo. La explosión ocurrió afuera del estadio.
Dos canciones después una de mis acompañantes necesitaba ir al baño, me ofrecí a acompañarla pero la puerta 11, por donde ingresamos e iríamos a los sanitarios, estaba bloqueada por una mujer policía, creo que había otras dos, pero una estaba con los brazos extendidos como barrera humana que impedía el paso, le dijimos que iríamos al baño, pero no nos dejó pasar, para entonces ignorábamos la magnitud del peligroso incidente –yo creía que había sido un transformador eléctrico–, me acerqué y le dije a la mujer “sólo queremos ir al baño. ¿Qué pasa?”, creo que ni siquiera terminé la frase cuando la uniformada me dio de manotazos y me empujó, gritando que no era zona segura porque habían aventado una bomba –palabras más, palabras menos–.
Como me tomó descuidada, con el empujón perdí el equilibrio y casi caigo, mi acompañante me alcanzó a detener; mi primer impulso fue sacar mi teléfono para tomar una foto a mi agresora, pero no pude, entre la confusión una señora joven me preguntó si estaba bien y externó su asombro y disgusto por la reacción de la uniformada; “estuvo mal”, dijo.
En tanto, en el escenario Julión Álvarez aclaró de viva voz que el estallido no eran fuegos artificiales de su espectáculo y más tarde, dijo que le habían informado que había sido un tanque de gas el que explotó y el show se alargó, supongo, para con pan y circo evitar la salida de la multitud; la música continuó por más de una hora y de vez en cuando los cantantes hablaban de incertidumbre.
Terminó el show y las autoridades no idearon una mejor estrategia que sacar a más de 20 mil espectadores por una sola puerta, fue espantoso.
La explosión fue un claro aviso de quien la provocó. Nunca sabremos si fue contra alguien en específico, contra la policía o fue un atentado fallido contra los que estábamos adentro del estadio; lo que sí sabemos es que dejó al descubierto una serie de errores y malas prácticas en espectáculos masivos donde reina el abuso y la corrupción a los que una reportera no daría importancia y no documentaría su testimonio para la posteridad.
Y lo que es peor aún, dejó en evidencia que a pesar de lo que digan las autoridades, nuestros policías, sin importar de qué nivel o corporación sean, no están preparados para manejar este tipo de crisis que tristemente no es la primera y no hay nada que indique que será la última. La mujer que me agredió estaba histérica y fuera de control, y aunque ahora sé la razón, no se justifica –bajo ningún parámetro– su violenta reacción contra una ciudadana que nada tenía que ver con el motivo de su histeria.
Por eso es que lo hago público, porque muchos como yo en algún momento de la vida han sido víctimas de la autoridad, pero no lo dicen porque lo minimizan o normalizan ese tipo de agresiones contra la ciudadanía. Yo no quiero normalizar que me agredan y aunque es una mujer “sin nombre o rostro” ella es el retrato fiel de la policía que nos cuida.