Muchas veces la realidad supera la ficción y por mucho, en ocasiones de manera incomprensible para nuestras pequeñas mentes humanas, que se resisten –casi siempre– a aceptar lo que no conoce.
Hace unos días veía con mi hija una escena de una serie en una plataforma de streaming, que realmente me impactó por lo inverosímil de la narración y por supuesto las imágenes.
La escena en cuestión es de un militar ultimado por el ejército enemigo tras haberse negado a curar a sus heridos, los detalles carecen de importancia, enfoquémonos en la escena en sí: en un campo abierto y despoblado arrodillan al infeliz sentenciado a muerte –sin juicio de por medio obviamente– a quien a poca distancia le dan un tiro en la cabeza y lo abandonan en ese lugar creyéndolo muerto.
Para suerte del hombre –médico de profesión–, al poco tiempo pasó por ahí un pastor, lo vio, se acercó y descubrió que aún respiraba y lo llevó a un hospital donde tras días de incertidumbre, milagrosamente sobrevivió sin secuelas aparentes, más que un dolor de cabeza en algunos momentos de su prometedora vida como doctor.
La explicación que se dio al acontecimiento ficticio fue que aunque el disparo había sido a muy corta distancia, provenía de un arma de bajo calibre, que el proyectil no tuvo la fuerza suficiente para causar la muerte y que se alojó en un área que no alteró ninguna facultad del paciente.
Cualquier persona que pretende ver todo o casi todo con lógica casi científica, de inmediato diría: “bueno, es una serie”, sin embargo, de inmediato recordé que hace unos años, en esta absurda lucha por sobrevivir en un estado raptado por la violencia, un pariente cercano que caminaba por las calles de un municipio no muy lejano a la capital recibió en la cabeza una bala perdida.
Fueron días casi agónicos para sus padres, hermanos, esposa e hijos, quienes esperaban su inminente muerte, pues para todos es lógico que nadie sobrevive a un balazo en la cabeza. Para sorpresa de todos, el hombre, de unos 28 años de edad para entonces, no sólo sobrevivió, sino que no perdió la conciencia en ningún momento.
Tras una serie de estudios, los especialistas dijeron que sólo había dos cosas por hacer: 1. Intentar extraer la bala mediante una complicada cirugía, cuyo éxito era incierto por la zona donde estaba el proyectil, podría perder la vida en la plancha o, en caso de que la operación saliera bien, no había garantía de que el muchacho no sufriera daño cerebral, perdiera algunas facultades como el habla u otras funciones esenciales.
La otra alternativa, la 2, era dejar la bala donde estaba y dejar que su cuerpo se encargara de expulsar ese extraño objeto de su cabeza, eso podría ocurrir en meses o años y tampoco había garantía de que el joven mantuviera la lucidez que hasta ese momento tenía.
Su familia se decidió por la segunda opción y el joven salió por su propio pie del hospital e hizo una vida perfectamente normal, sin complicaciones, al menos no físicas. La vida, la suerte, Dios, el Universo… como quieran llamarlo, le dio una oportunidad de redimirse en vida y empezar de cero una nueva vida.
Pasaron casi cinco años hasta que una casusa tan ajena a su destino, un infarto, le arrancó la vida cuando dormía plácidamente en su cama.
Otra historia casi increíble ocurrió en una riña que todo el pueblo conoció, en el viejo Villanueva, cuando mi abuelo de entonces unos 23 años, recibió un disparo en el costado izquierdo. La bala quedó alojada en su pulmón derecho y aunque “ha caminado” sigue ahí desde hace 83 años y mi abuelo –con 106 años a cuestas– sigue respirando, a pesar del tiempo, a pesar del COVID y a pesar de la bala.
En la vida hay situaciones que se salen de todo pronóstico, media, modelo, prototipo o forma conocida y no hay explicaciones a las que demos crédito o de plano consideramos milagro a esa remisión espontánea que perdona o alarga vidas.
Así como esas increíbles formas de sobrevivencia debería haber remisiones espontáneas en los gobiernos cuando reciben duros golpes de realidad que los sacuden hasta lo más hondo de sus estructuras y que a pesar de la soberbia que los hace pensar que son todopoderosos, acepten que no son dueños de voluntades, o al menos no de todas y respeten el curso de los acontecimientos cooperando para que todo fluya para bien de todos.
Sin embargo, sé bien que la naturaleza –silenciosa como es en algunos casos–, es infinitamente más sabia que un hombre que se niega a perder el poder que inequívocamente perderá en unos meses o unos años, pero perderá.
Hago votos para que el nuevo gobierno en la capital zacatecana haga lo que le corresponde para enderezar caminos, fortalezca lazos, coopere donde deba o resista embates para que a todos nos vaya bien, que sea la bala que da la oportunidad de redimir a un pueblo flagelado por la violencia y los malos gobiernos.
Definitivamente, la esperanza de los mexicanos pero especialmente la de los zacatecanos, esta puesta en nuestro nuevo gobierno. No es posible tanta ineptitud, Quiero felicitarte por esas publicaciones tan llenas de relevante contenido para los lectores de todas las edades.