Luna Nueva: Nuestros jóvenes están muriendo

Hace unos años que oía hablar de asesinatos perpetrados en las calles de Colombia por la guerrilla y el narcotráfico contra jóvenes voceadores y reporteros, de jueces que ejercían su labor encapuchados, de ataques directos contra la población… yo, entonces joven editora de la sección de noticias internacionales, sentía que mi corazón se encogía ante tanta violencia y me consolaba un poco saber que eso ocurría muy lejos de México.

Los años pasaron y luego empecé a escuchar, leer y editar notas de que hablaban de que kaibiles –soldados de élite de Guatemala– estaban entrando a México y se especulaba que venían a reforzar al narco… leí y edité notas de la violencia en Monterrey –2011 aproximadamente–, y no podía evitar compararla con lo que ocurría en Colombia, pero todavía lo sentía lejos.

Meses después, en mayo de 2011, un encontronazo en Florencia de Benito Juárez, entre dos cárteles que peleaban encarnizadamente la plaza (Zacatecas) fue el parteaguas del antes y después de la violencia casi imparable en el estado, otrora considerado uno de los más seguros del país.

Fue una batalla cruenta, con muchos muertos –yo personalmente entrevisté a una docena de pobladores de esa cabecera municipal que narraron el horror que soportaron por horas– aunque el gobierno minimizó los hechos y las cifras.

A partir de ese momento ya nada fue igual. Primero los cadáveres eran encontrados alejados de las zonas habitadas, pero poco a poco “se fueron descarando”, decía mi abuela, y los ataques llegaron a perpetrarse en pleno centro de la capital.

Desde entonces el país entero está de luto un día sí y el siguiente también por la muerte de cientos, miles de hombres y mujeres que son asesinados todos los días sin importar si estaban enredados en cosas turbias o no, pero ese no es el punto.

De acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía los varones jóvenes de México encabezan las cifras de homicidios en el país; sólo en 2023 fueron asesinados más hombres (21 por cada 100 mil) que mujeres (2.6 por cada 100 mil).

El reporte preliminar de homicidios en 2024 indica que de enero a junio de ese año se registraron 15 mil 82 homicidios en México, la tasa es de 12 homicidios por cada 100 mil habitantes.

El informe indica que el principal medio usado para cometer homicidios fue por disparo de armas de fuego (73 por ciento); arma blanca (9.1 por ciento) y ahorcamiento, estrangulamiento y sofocación (6.7 por ciento).

El preliminar de este año, reporta que sólo de enero a marzo de 2024 se registraron un total preliminar de 212 mil 404 defunciones en el país, de las cuales 7 mil 137 fueron homicidios dolosos.

De ese total de asesinatos, 2 mil 98 eran jóvenes de entre 25 y 34 años, seguido del grupo de edad de 35 a 44 años, con mil 607 víctimas.

En el primer trimestre del año, el homicidio doloso fue la principal causa de muerte en hombres de 15 a 44 años de edad, siendo el grupo de 25 a 34 años el más afectado por este delito de alto impacto.

Tal vez para muchos no diga nada tanto número, son sólo frías cifras que no retratan el dolor y la pena de una familia entera por el fallecimiento de una persona, sin importar la forma del deceso, porque esos muertos fueron hijos, esposos, tal vez padres y amigos de alguien.

El sexenio de Andrés Manuel López Obrador, según cifras preliminares del INEGI terminó con 199 mil 619 asesinatos –sin contar los homicidios de 2024–, la cifra más alta de la historia reciente; en promedio cada día fueron asesinadas 94 personas.

El sexenio de Enrique Peña Nieto (PRI) terminó con 156 mil 66 homicidios y el de Felipe Calderón (PAN), con 120 mil 463.

La muerte es parte de ese proceso que llamamos vida, el otro extremo tras el nacimiento, lo normal sería que cada individuo perdiera la vida naturalmente, pero es evidente que nuestros jóvenes están muriendo a manos de su propio prójimo.

Al ver este escenario, no puedo evitar hacer un recuento de mi época de editora de internacionales, comparar los hechos y tratar de encontrar respuestas donde parece que no las hay, porque aquellos hechos tan lejanos pareciera que llegaron hasta nosotros y si no me creen… comprúebenlo, pregunten a sus amigos y verán que al menos uno ha sufrido de cerca la pérdida de un familiar, amigo o vecino.

Yo, que me sentía tan lejana a esa violencia que arranca la vida a nuestros jóvenes, ya cuento algunas pérdidas:

Hace unos años cuando mi hija apenas era una preparatoriana, con sorpresa, pesar y miedo nos enteramos que una de sus compañeras de secundaria había sido asesinada. Tenía si acaso 16, a lo más 17 años.

La noticia fue impactante para todos los que la conocimos; no imagino el pesar y todo lo que ese acontecimiento –no hallo adjetivo para calificarlo– provocó a sus padres; ahora sobran las explicaciones sobre las causas y las formas.

Hace un año, si acaso, el mejor amigo de mi hijo mayor fue asesinado cobardemente; un joven treintañero, alegre, trabajador, buen hijo, padre responsable, amoroso esposo y excelente amigo, muy querido por todos quienes lo conocieron. Fui testigo de la pena y el dolor que sufrieron su familia y amistades.

La hermana de una querida prima política casi enloqueció tras la desaparición y posterior hallazgo de su hijo muerto, un joven de 17 años, buen mozo, dedicado a sus estudios y amante de la guitarra.

Estos son casos cercanos a mí, pero como yo, muchos tienen algo que contar, que llorar y que reclamar aunque parezca que las voces de los deudos se ahogan antes de hallar respuestas.

Con amor y mi solidaridad sincera a todos quienes lloran la muerte de un ser querido…