Hace más de 30 años, casi 33, sin buscarlo, inicié lo que resultó ser la aventura más apasionante, demandante y divertida de mi vida: entré a trabajar a un periódico. El primer año me dediqué a asuntos meramente de escritorio, fui capturista de datos y luego corrector de estilo; pasado el año recibí la oportunidad de convertirme en reportera.
Por aquellos años, la mayoría de quienes nos dedicábamos al oficio lo habíamos aprendido en la práctica, con libretita de taquigrafía y bolígrafo en mano, poniendo atención a lo que veíamos, oíamos y hasta lo que olíamos, preguntando lo que nos encargaba nuestro jefe de información, lo que no entendíamos, nos interesaba o llamaba nuestra atención.
Tuve excelentes maestros, hoy destacados y respetados decanos del periodismo, incluso leyendas, como don Arturo Guerrero, a quien admiré y respeté cada día que trabajamos juntos (esa historia merece un espacio especial, ya les contaré).
Salvo don Artur, como cariñosamente le decíamos, no quiero mencionar a otros tantos porque corro el riesgo de omitir alguno y esa omisión sería imperdonable.
En fin, entonces, casi en todos los periódicos que yo conocía, el reportero siempre “se iniciaba” en la nota roja, dando forma a los partes policiacos que nada tienen que ver con los de ahora… uno tenía que leer cada reporte y elegir los que uno pensaba que serían buenas notas. Cuando había algún hecho que implicara personas sin vida casi siempre era por accidentes automovilísticos, era todo un escándalo si salían a relucir armas y más aún si se oían balazos.
De la policiaca el reportero ascendía a atender las noticias locales, no siempre con las fuentes más importantes, pero uno iba avanzando si tenía interés y sobre todo vocación por el oficio… luego en otro momento de mi vida laboral, por esas decisiones inexplicables de la vida, volví a cubrir asuntos de seguridad. Fue en esa época con años de experiencia, ya no me enfoqué a la nota roja, sino a asuntos, temas de seguridad y justicia y fue cuando conocí cómo trabajaba el Poder Judicial.
Seguí de cerca algunos casos. Uno en especial marcó mi vida como periodista en 2005 más o menos, porque le di seguimiento muy de cerca: la fuga de José Luis Robles Moya, apodado “El Moya”, quien purgaba una pena de 15 años de prisión en el penal de Cieneguillas. La versión oficial, si mal no recuerdo, fue que un comando armado se lo arrebató a los custodios que lo llevaban a recibir atención médica al Hospital General –entonces ubicado en lo que hoy es la Clínica 1 del IMSS–.
Ese caso marcó mi vida porque para redactar la información, entre otras cosas recorrí a pie Rincón Colonial, lugar donde se dijo que había estado “la casa de seguridad” donde habían retenido al evadido de la justicia y que había habido un encontronazo a balazos entre policías y delincuentes y asistí a algunas audiencias por invitación de los abogados –antes no eran públicas–.
En ese tiempo, era realmente un privilegio ver de tan cerca el trabajo de los jueces. Yo pensaba y sigo pensando, que qué valor tenían, pues de sus decisiones pendía la libertad, patrimonio o la vida completa de un individuo y me imaginaba todo lo que debieron estudiar para tomar decisiones que marcan vidas y todo el proceso que llevaban para tener la mente abierta para condenar o exonerar.
Ese caso –el que yo seguía– era la libertad de Francisco Luna Ortiz, quien era el director del penal cuando se fugó El Moya, y quien fue detenido junto con otros trabajadores del centro penitenciario acusados de ser cómplices del evadido.
Eran dos estupendas abogadas –no recuerdo sus nombres– las que defendían al exfuncionario, presentaban argumentos realmente contundentes y luego de muchos meses, finalmente Luna Ortiz recuperó su libertad.
Con la Reforma Judicial ahora serán jueces electos, no de carrera, los que darán sus fallos en casos en los que la vida entera de un hombre o mujer y sus familias cambiará. ¿Cómo harán para remplazar la experiencia por “elección”? ¿Serán realmente justos los fallos de un juez que obtuvo el puesto porque tuvo más votos? ¿De verdad habrá más justicia? No perdamos de vista que lo justo no es lo mismo que legal y que lo que se toma en cuenta en un juicio, hasta donde sé, es lo que se puede probar, no lo que “se alega”.
En fin, esperemos que de verdad nos sorprendan a todos los bocones como yo, con el “nuevo y democrático Poder Judicial”, cuya convocatoria ya fue presentada y cerrada para elegir juzgadores y magistrados, y que la justicia en México sea realmente envidiable y no resulte como la atención médica que dice el gobierno federal que es mejor que la de Dinamarca…
Según dicha convocatoria, del 5 al 24 de noviembre los aspirantes debieron inscribirse y el 6 de diciembre el comité deberá revisar los registros para determinar quiénes cumplen con todos los requerimientos y se harán públicos el 9 de diciembre.
Sólo como apunte al calce, en aquellos tiempos –cuando por segunda y definitiva vez se fugó El Moya del reclusorio de Cieneguillas– en Zacatecas pocos habían oído detonaciones y todavía menos quienes hubieran visto evidencia de impactos de bala, yo los busqué en Rincón Colonial, sin saber cómo se vería, pero en ese andador todas las ventanas, puertas y paredes, estaban intactas.