Hace unos días platicaba con una muy querida amiga sobre la angustia que deben sentir los padres de un niño que nace o que en algún momento de su vida “adquiere” una discapacidad, sobre todo aquellas que les impiden ser independientes.
Trajimos recuerdos verdaderamente escalofriantes de personas que temían perder de la vida porque dejarían desamparado a algún hijo o a sus padres… Mi amiga me contó la historia de un “muchacho” (tenía 35 años, pero el desarrollo mental de un niño de 11 años) que se quedó solo en su casa tras la muerte de sus padres.
“Aunque todo mundo sabía, parecía que nadie se acordaba de él, de que no era capaz de vivir por sí mismo hasta que un día, por pura casualidad, un tío de él fue a su casa y lo encontró viviendo entre basura, desechos de él y un caos total. Hacía casi tres años que sus papás habían fallecido”, me contó.
Aunque desde ese momento el hombre y su familia se hicieron cargo del “muchacho”, me dijo, “la verdad que no fue del todo de la manera más adecuada, sólo sus papás lo hacían porque era su hijo y lo querían. El tío sólo le llevaba de comer y lo bañaba de vez en cuando, pero nunca nadie lo llevó al médico, mucho menos buscaron algún tratamiento”.
Supongo que esta historia se repite con mucha más frecuencia que la que podemos imaginar, pues cuando se trata de un niño, la historia hasta se romantiza y se habla de ángeles que vienen a enseñarnos algo, pero la realidad es que muy pocas personas, al menos que yo conozca, se detienen a ayudar a alguien que necesita cuidados especiales siendo ya un adulto.
Y aunque hay becas para cuidadores de personas con discapacidad, la verdad hasta donde yo sé, casi todos los programas públicos se enfocan a niños.
Este es un tema que debiera importarnos mucho, al menos para estar informados, porque, de acuerdo con el INEGI, hasta 2023 Zacatecas era el estado con el porcentaje más alto de población de 5 años y más con alguna discapacidad con 11.2 por ciento.
En México, el mismo año, la población de 5 años y más con alguna discapacidad fue de 8.8 millones de personas de las cuales, más de la mitad (53.5 por ciento) son mujeres, el restante 46.5 por ciento son hombres.
Ciertamente hay una gran variedad de discapacidades, algunas meramente físicas, otras mentales y otras que las incluyen a las dos. Hace años que hice un reportaje del Pabellón Psiquiátrico del penal de Fresnillo, encontré que de los pacientes recluidos ahí, la mayoría, por no decir ninguno, recibía visita, los abandonaron a su suerte tras los trágicos acontecimientos que los llevaron a ese lugar donde el estado es quien se hace cargo de ellos.
Conozco otras historias de hombres “amarrados” a lugares y gente que no los quiere ni respeta, sólo por no abandonar a un hijo y de “viejitos” que no se pueden mover y mueren solos porque son abandonados por sus familias que no se quieren “echar el compromiso” de cuidarlos.
Sin embargo, no todos los casos son oscuros y tristes, también conozco historias de padres que estudian, se informan y hacen todo lo posible por hacer que sus hijos con alguna discapacidad sean independientes y hasta exitosos algunos, casos dignos de respeto y admiración, pero tristemente son los menos.
Historias de hermanos que luchan para dar a sus hermanos una vida de calidad y feliz, aún entre limitaciones y carencias.
Y conozco brillantes profesionistas que ejercen y son muy creativos; trabajadores responsables y divertidos que hacen sus labores bien hechas aunque a su ritmo y excelentes y muy competitivos deportistas; todos personas que se esfuerzan por ser igual o mejores que el resto de la humanidad.