En ocasiones pienso que estoy asfixiando a mi Alex con tantos cuidados; no lo dejo ir solo ni siquiera a la escuela, yo lo llevo y lo traigo de regreso a casa, tiene pocos amigos fuera de la escuela y procuro siempre saber quiénes son y cuando quiere ir con ellos a pasear yo voy detrás a una distancia prudente para no parecer metiche –aunque sé que lo soy–.
El temor de que algo le pase sólo lo puede entender –y compartir– quien tiene hijos en este tiempo en que se esfumó esa tranquilidad de saber que los únicos peligros que corren nuestros vástagos son que los atropellen, que lleguen a casa con un ojo morado porque se pelearon con otro jovencito por cosas de adolescentes o que comieron algo en la calle que les hizo daño, pues sabemos desde hace tiempo que no sólo corren peligros terribles quienes andan en malos pasos.
No es que a mis otros tres hijos no los quiera –también me preocupan, y como soy creyente, en mis plegaras pido por su seguridad, entre otras cosas–, sencillamente es que mi Alex está en la edad en la que todo se le hace fácil y no mide peligros reales.
No imagino siquiera el dolor de los padres que han perdido a sus hijos en circunstancias tan absurdas y sin razón de ser como una bala perdida, “una equivocación”, un secuestro o una extorsión o peor, cuando solamente “desaparecen”.
La última víctima de la delincuencia y apatía de las autoridades, con cobertura mediática, fue el químico Luis Alberto Espinoza Acuña, hijo de una familia honorable, que estudiaba y trabajaba para orgullo de sus padres… pero no todos los casos se denuncian ni todos se hacen públicos, lo cierto es que ese infierno que viven los padres se propaga como un virus letal, que ataca a nuestros jóvenes.
De 2021 a agosto de este año –en lo que va del gobierno de David Monreal– se han registrado mil 744 desapariciones, de las cuales 454 ocurrieron en el “Año de la Paz”, según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO).
De acuerdo con esa instancia, la mayoría de las víctimas de desaparición en 2023 tiene entre 15 y 35 años de edad y más del 85 por ciento son hombres.
De acuerdo con Red Lupa, la plataforma digital que monitorea y evalúa la Ley General en materia de desaparición de personas y las leyes locales en el tema, como una iniciativa de la sociedad civil, en Zacatecas “los casos de desaparición comenzaron a aumentar en el 2010, siendo el 2023 el año con la mayor concentración de casos, con 714 personas que continúan desaparecidas. Los tres últimos años se han registrado los totales más altos de personas desaparecidas en el estado de Zacatecas. Si la tendencia continúa en 2024 podría registrar un número similar o mayor a los vistos en estos años”.
La plataforma da cuenta que a mayo de 2024, 441 personas tenían menos de 18 años cuando fueron desaparecidas, la mayoría eran niños, exactamente el 56.69 por ciento, 17 eran niñas.
El reporte detalla que 2024 es el año en que se han registrado más desapariciones con 3 mil 800 con corte al 16 de mayo, mientras que en total en 2023 fueron 3 mil 589 y el año anterior 2 mil 897.
Durante 2024, Fresnillo ocupa el deshonroso primer lugar en desapariciones con 862, le sigue Guadalupe con 381, Zacatecas 379, Jerez con 203 y Río Grande con 195, de acuerdo con Red Lupa.
Ya en 2015, el informe Violencia, niñez y crimen organizado, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, daba cuenta de que «más de una de cada siete víctimas de todos los homicidios a nivel mundial es un joven de entre 15 y 29 años de edad que vive en el continente americano».
Con esas cifras ¿cómo no estar preocupada y ocupada en la seguridad de mi Alex? Cuando entró a secundaria, me insistió bastante en que lo dejara regresar en camión a casa, porque ya era grande, que ya sabía cómo hacer el viaje, dónde subir al autobús y dónde bajar.
Sólo una vez bastó para que ni él ni yo lo intentáramos otra vez: desde la hora de salida le estuve llamando, dándole instrucciones, siguiendo sus pasos, pues mi corazón palpitaba rápidamente por la angustia.
Él se confundió de parada, bajó una después, tuvo qué caminar un tramo considerable y pasó el susto de su vida porque un hombre con pasamontañas, gorra, lentes oscuros y vestido de negro se bajó donde él y caminó atrás de él más de lo que esperaba…
Todo quedó en susto, pues el sospechoso hombre dobló en una esquina antes de que Alex llegara a nuestra colonia. Llegó sudoroso, asustado y convencido de que hay verdaderos peligros que nos acechan a todos; olvidó todo lo que me decía de que él se podía defender, que ya era grande, que correría muy rápido, que su golpe era fuerte…
Yo estaba con el Jesús en la boca, lista para salir a encontrarlo y arrepentida de haber cedido, pero aunque a veces pienso que exagero en mis cuidados al menor de mis hijos y mi razón me dice que no lo dejo “volar” o que lo estoy haciendo “inútil” para hacer por su cuenta cosas tan sencillas como ir y venir a la escuela –a su misma edad yo iba y venía sola y mis hijos mayores también–, mi corazón de madre me dice que todo es poco para asegurarme de que esté bien.
¡Qué lejos quedaron esos años en que muy chicos podíamos salir con los amigos, ir en grupo a la matiné de los domingos o a La Encantada a pasear en lancha!
Mis respetos y solidaridad a la familia del joven químico y a todos los padres que viven con el dolor de no saber de sus hijos o de haberlos sepultado prematuramente.