Luna Nueva: Mi padre ya está viejo

Por un momento imaginemos que el tiempo no existe, que nada cambia, que nadie envejece, que todo permanece igual infinitamente, ¿cómo sería la vida?

Cuando niños, aunque tal vez de manera inconsciente, nos imaginamos como bomberos, astronautas, inventores, arqueólogos descubriendo viejas civilizaciones ocultas a la vista, maestros o enfermeros que ponen inyecciones y salvan vidas o brillantes científicos.

En nuestra juventud pensamos poco en la vejez –ahora románticamente llamada tercera edad–. La mayoría nos vemos con un título universitario, algunos casados con hijos y nos esforzamos por tener una vida cómoda –aunque en el proceso nos matamos trabajando–.

Muchos, en nuestra natural vanidad, hacemos todo lo posible para que no se note en nuestro cuerpo el paso del tiempo; así vemos a muchos artistas, por ejemplo, que tratan de burlar al tiempo con innovadores tratamientos, incluso con el uso del bisturí.

Sin embargo, la vejez llega, pensemos o no en ella, seamos hombres o mujeres, pobres o ricos, cultos o no, exitosos o no, tengamos hijos o no, buenas personas o no, estemos preparados o no, y al decir preparados no me refiero sólo a tener asegurada una pensión para vivir despreocupados el último tramo de nuestra vida, sino también preparados para vernos viejos o ver a nuestros seres queridos con sus capacidades limitadas.

Por mucho tiempo he presumido a mi abuelo, un hombre de 107 años que a pesar de todo pronóstico sigue en pie con muchas ganas de vivir; nunca lo he visto como un anciano desvalido.

Jamás había visto la vejez tan de cerca como aquel día en que vi a mi padre, de apenas 77 años, “tirado” en cama por una gripe. Ese día se me quebró el alma. Sentí que la vitalidad escapaba de su viejo cuerpo porque su mirada parecía perdida en la inmensidad y en medio de su enfermedad no podía o no quería abandonar el lecho que lo mantenía calientito durante el frío invernal.

La escena me hizo hacer un obligado viaje en el tiempo que trajo a mi mente a un hombre fuerte, con autoridad y poseedor de un talento nato para hacer cálculos matemáticos y con una habilidad asombrosa para dibujar planos topográficos a mano, con trazos precisos a distancias milimétricas –él es de la generación que caminaba kilómetros para hacer levantamientos topográficos, que hacía cálculos mentales y usaba los cuadernillos de senos y cosenos; yo lo veía cómo manejaba con maestría los estilógrafos, escalímetros y la tinta china en papel albanene para hacer planos. Lo más avanzado que usó, y con desconfianza de su exactitud, fue la calculadora científica Cassio–.

Mi padre ya está viejo y eso me asustó porque me di cuenta que no estoy preparada para verlo limitado física, intelectual y emocionalmente, porque él es el hombre que ha sido mi apoyo incondicional en mis 52 años de vida, que ha sido padre y guía de mis hijos, que junto con mi madre ha sido la cabeza de la familia y son los pilares que nos sostienen unidos y a salvo a todos los que estamos a su alrededor.

El proceso de envejecimiento es inevitable, así como su impacto en nuestras vidas y la de la gente que nos rodea por las enfermedades propias de la edad, las discapacidades, los problemas socioeconómicos que enfrenta este sector de la población, porque casi nadie está preparado para ello.

De acuerdo con el INEGI, hasta 2021 México estaba habitado por 25.9 millones de personas de 53 años y más, de los cuales 14.1 millones eran mujeres (54.4%) y 11.8 (45.6%) eran hombres y poco más de la mitad de este universo (54.6%) vive en localidades de menos de 100 mil habitantes.

Hasta 2020 el 12% de la población total de México estaba conformada por personas de 60 años o más. En 2022, el 33% de las personas de 60 años y más eran económicamente activas.

En 2018, el 26.4% de las personas de 60 años y más que padecieron COVID-19 se identificó con depresión; en 2021, el porcentaje aumentó a 35.5 por ciento.

Mi padre ya está viejo, y aunque no es perfecto y no siempre tomó las mejores decisiones y no siempre estamos de acuerdo, quiero verlo siempre fuerte, lúcido, sano; sin embargo sé que el tiempo no se detiene: él y yo nos estamos haciendo viejos y doy gracias a Dios por permitirnos hacerlo juntos.

1 comentario en “Luna Nueva: Mi padre ya está viejo”

  1. Me es muy grato despertar por las mañanas y dar lectura a estos textos tan nutridos de verdad, con información que te hacen reflexionar y sobretodo de una buena redacción que te deja un buen sabor de boca, que no te llena la cabeza de basura. Mi reconocimiento a tu gran persona.

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