Hace unos años, cuando el crimen organizado operaba en Zacatecas con sumo descaro, desvergüenza e impunidad –lo sigue haciendo– familiares cercanos optaron por el autodestierro.
«Brincaron» la frontera norte, en un viaje calificado por ellos mismos como de terror, no sólo por la carga emocional que llevaban a cuestas, sino por el miedo que sentían les pisaba los talones.
Con lo que llevaban puesto huyeron dejando atrás familia, amigos, patrimonio y la forma de vida que conocían y les hacía feliz, para empezar, con nada, otra vida en un país ajeno donde no eran dueños de nada, ni siquiera del idioma que debieron aprender sí o sí.
La travesía fue penosa. Narran que a cada paso que daban sentían que todos a su alrededor sabían que huían, cualquier ruido estruendoso o repentino los sobresaltaba y cada camioneta qué oían «rugir» les aterraba.
No dormían con el temor de que sus torturadores los encontrarían y aprovechando la oscuridad de la noche los capturarían otra vez y separarían a la familia.
Tal fue su miedo de que los encontraran –los delincuentes que los hicieron abandonar su tierra–, que ni la amenaza de deportación que se mecía en el aire cuando Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos en 2017 los atemorizó tanto. Sobrevivieron a todo pronóstico.
Sus penurias no terminaron pronto: los primeros meses vivieron de arrimados en la casa de unos paisanos, que aunque los acogieron de buen grado, pronto hicieron notar su disgusto por compartir la intimidad de su hogar con extraños, se tuvieron que adaptar al intenso frío y a aprender nuevos oficios.
A fuerza de trabajo de todos los adultos –el matrimonio, sus hijos y esposas–, en poco más de un par de años reunieron el dinero suficiente para dar el enganche de una casa, sin embargo, fueron víctimas de un vividor –también allá los hay– y su inversión se fue al traste y otra vez se quedaron sin nada, aunque con la seguridad de que tenían acá, los ahorros de la pensión de la cabeza de familia, sin embargo… no era así.
De este lado, en su tierra, también fueron víctimas de personas sin escrúpulos. Saquearon su casa, la vandalizaron y les robaron todo el dinero que ellos pensaban que tenían guardado por si algún día volvían. Ellos, como otros cientos, tal vez miles de paisanos desplazados por la inseguridad fueron doblemente víctimas: una vez por la delincuencia y otra por la gente en la que confiaban y ello les dio un motivo más para no volver, ¿para qué si acá tampoco tenían ya nada?
Han pasado muchos años ya desde que se fueron. Los niños ya se convirtieron en jóvenes, los que iban solteros ya se casaron y mis tíos, cada vez más viejos, no se deciden a regresar por miedo, aunque haya vuelto Trump a la presidencia y aunque ya han recuperado algo de lo que les robaron.
Mediciones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Ancur) estiman que en el mundo hay 122.6 millones de personas desplazadas por la fuerza hasta finales de 2024, “debido a persecución, conflictos, violencia, violaciones a los derechos humanos y otros acontecimientos que alteraron gravemente el orden público”.
De acuerdo a esos conteos, en 2023 había 117.3 millones de desplazados, es decir, el desplazamiento forzado va en aumento. Atrás de estas, que parecen sólo frías cifras, hay desgarradoras tragedias humanas, que no siempre se conocen.
El Instituto de los Mexicanos en el Exterior registra que 11 millones 913 mil 989 mexicanos viven fuera de México, de los cuales, el 97.7% radica en Estados Unidos, principal país a donde van nuestros paisanos.
Pero los mexicanos también se van –o huyen– a Canadá, España, Alemania, Reino Unido, Bolivia, Argentina, Países Bajos, Costa Rica, Chile y Panamá según este instituto.
Generalmente, los medios de comunicación y las mismas autoridades tratan a los mexicanos que abandonan el país de la misma manera, así, sin hacer diferencia entre migrantes que se van por gusto, tradición familiar o en busca de buenas oportunidades laborales o de estudio y los que se van obligados por la violencia, por ejemplo, estos no son migrantes, son desplazados.
Parte de mi familia está en esa cifra poco considerada de desplazados, de los que aunque hay muchos parecen invisibles, que aunque contribuyen a la grandeza de países extraños, carecen de derechos y viven con temor de ser echados sin miramientos, mientras que en su país sólo son tema de excelentes y conmovedores discursos que prometen un apoyo de 2 mil pesos, mientras que en sus viajes de vacaciones, son robados y vejados por delincuentes de poca monta o del crimen organizado y luego por los de uniforme o de cuello blanco, que no pierden la oportunidad de “sangrarlos” por donde van pasando.
Ante ese panorama, los míos prefieren jugársela ante un presidente poco empático, con la esperanza de pasar desapercibidos en el norte, que regresar y ser blanco de infamias innombrables en su propio país.
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Hace años, conocí Zacatecas, Casi todo el estado, y mi cariño se quedo en esa tierra del gran Ramón López Velarde, hoy a leerle, me conmovió las fibras mas escondidas de mi ser, Zacatecas el gran estado mas rico de México, en Historia, en Cultura y en recursos Naturales, no puede dar a sus hijos, esa estabilidad de paz y armonía, gracias por su narrativa, duele pero es la verdad, haré votos porque Zacatecas y su pueblo vuelvan a hacer lo que en aquel tiempo viví, animo y felicidades por su letras, un saludo cordial.