Hace poco más de dos décadas México dio vida al programa de Pueblos Mágicos, una iniciativa que comenzó con nombres como Huasca de Ocampo y Real de Catorce en 2001 y que, para 2022, había coronado a 132 localidades como joyas de nuestra identidad.
Desde entonces, la lista creció a 177 con la incorporación de 45 nuevos destinos en 2023. Pero esta semana, a pocos días del Tianguis Turístico Nacional en Baja California, el foco no está en sumar, sino en clasificar. La Secretaría de Turismo (Sectur) está a punto de revelar una reclasificación que dividirá a estos 177 Pueblos Mágicos en niveles A, B, C y D, un ejercicio que promete sacudir su futuro.
La idea es simple, evaluar infraestructura, conectividad y desarrollo turístico para asignar categorías. Los de nivel A, como Valle de Bravo o San Cristóbal de las Casas —parte de los 132 originales—, podrían consolidarse como los estandartes del programa, con caminos pavimentados, hoteles de sobra y una oferta turística pulida.
Los de niveles C y D, en cambio, podrían ser esos rincones menos conocidos o con menos recursos, algunos de los cuales entraron en la lista por méritos culturales más que por preparación logística. Pero la simplicidad termina ahí. Lo que está en juego es el alma misma de estos pueblos.
Cuando el programa arrancó, los Pueblos Mágicos representaban una promesa: revalorar la riqueza cultural y natural de México, desde las leyendas de Tepoztlán hasta las minas de Mineral de Pozos. Sin embargo, con el tiempo, el crecimiento desordenado y la falta de seguimiento dejaron a algunos en el limbo, con el título de «mágico» como único sostén.
La reclasificación busca poner orden, pero también despierta dudas. ¿Qué pasará con esos pueblos que no alcancen el codiciado nivel A? ¿Perderán su magia oficial si no tienen un aeropuerto cerca o suficientes camas de hotel?
La presidenta Claudia Sheinbaum, quien ha hecho del rescate de las raíces indígenas un estandarte, tiene un papel clave aquí. En octubre pasado, en un homenaje a Nezahualcóyotl, insistió en que la grandeza de México está en sus comunidades originarias, muchas de las cuales habitan estos pueblos. Si la reclasificación se convierte en un filtro que favorezca a los ya privilegiados, podría traicionar esa visión. Por el contrario, si el gobierno destina recursos para subir de nivel a los C y D —digamos, un Bacalar o un Jerez de García Salinas—, podría transformar el programa en un motor real de desarrollo, no sólo en una etiqueta turística.
Esta semana, mientras el Congreso ajusta leyes secundarias que podrían influir en el presupuesto regional, la reclasificación de los Pueblos Mágicos se siente como un termómetro del compromiso oficial. Los 132 que marcaron el camino merecen un lugar en esta nueva etapa, pero no a costa de su esencia.
La magia no se mide en asfalto o señal de celular; está en las calles empedradas, en las fiestas patronales, en las historias que no caben en una guía turística. Si la Sectur lo entiende, esta reclasificación no será un veredicto, sino un renacimiento. Si no, corremos el riesgo de que algunos de nuestros pueblos más queridos queden atrapados entre el pasado y un futuro que no les pertenece.
¿Como serán clasificados los pueblos mágicos de nuestro estado? El próximo viernes lo sabremos.
