La administración financiera de una familia es casi igual, si no es que exactamente igual, que cualquier manejo de valores monetarios a cualquier escala, ya sea una cooperativa escolar, un pequeño emprendimiento, una gran y exitosa empresa o un gobierno, de cualquier nivel.
En todos los casos la fórmula es la misma: Se gasta lo que se tiene.
Si no se sale de los parámetros establecidos, ese presupuesto bien distribuido y planeado alcanza para todo o casi todo. Los problemas empiezan cuando se destinan recursos fuera de presupuesto y para los cuales no se tiene un ingreso extra.
En una familia tradicional –mamá, papá, hijos– en la que sólo el padre lleva dinero a la casa y la madre se encarga de administrar, todo funciona bien cuando los gastos son planeados y se ciñe el gasto al ingreso.
De esta manera, en el mundo ideal, madre y padre planean los gastos básicos e ineludibles: alimentos, pago de servicios, transporte, diversión, salud y ahorro, entre otros; supongamos que los ingresos no son muy holgados, así que quien maneje los gastos domésticos deberá privilegiar lo urgente de lo necesario y distinguir con claridad lo que es un gasto superfluo.
Recordemos que estamos en un mundo ideal según yo, en el que no nos alocamos en cuanto recibimos nuestro salario y no hay ingreso extra, en ese contexto, con suma responsabilidad tal vez debamos surtir ordenadamente nuestra despensa y en una quincena se compren abarrotes y en la otra papel higiénico, detergentes o algún enser necesario para la cocina, o bien una vez le compra ropa a un hijo y en otra zapatos al otro, las opciones son infinitas, según las particularidades de cada familia, siempre cuidando no salirse del presupuesto o no hacerlo de forma desmesurada, porque aunque siempre está la opción del endeudamiento, creo que entre menos deuda mejor, pues ésta evita el crecimiento económico de la familia, trae preocupaciones innecesarias, estrés y posibles pleitos que luego no acaban bien.
Recordemos que todo es ejemplo. Si la madre, sabiendo que está fuera de presupuesto, decide contratar a alguien para que la ayude, tendrá que recortar el dinero para alimentos tal vez, y si luego decide consentir a uno de sus hijos dándole dinero para contratar un servicio de streaming porque está de moda, deberá ajustarse para que le alcance para pagar las cuentas, y si viene su comadre y le dice que necesita ayuda con los pañales de su bebé y ella se compromete a comprárselos hasta que los deje de usar, tendrá que reducir más el presupuesto destinado para el buen funcionamiento de la casa por tiempo indefinido.
Pues bueno, eso mismo está pasando en México. Los países no deciden arbitrariamente cuánto dinero tienen, no porque sean gobierno pueden decir «quiero que mi país sea rico y voy a acuñar e imprimir tantas monedas y billetes para gastar sin control. Si me falta, hago más dinero».
No es así. La riqueza de un país se respalda con su riqueza natural –petróleo o producción agrícola, por ejemplo–, el valor de los bienes y servicios que produce al año y el tan mentado Producto Interno Bruto (PIB) que es el consumo, más inversión, más gasto público, más exportaciones, menos importaciones, que luego se divide entre la población…
Todos los países responden a estos parámetros para definir su riqueza, no sólo el nuestro.
Entonces, pongámoslo en perspectiva… históricamente el dinero de México había tenido más o menos la misma distribución; cada gobernante va haciendo adecuaciones según su plan de gobierno sin que hubiera un reajuste drástico y por lo tanto notable, pero cubría las necesidades básicas de nuestra casa (México).
Sin mencionar si hubo corrupción o no, sin investigar si era bueno o no el plan de gobierno en su tiempo, sin importar que partido gobernaba, las grandes prioridades de la población estaban, si no excelentemente cubiertas, sí había presupuesto y eso se refleja en que no escaseaban los medicamentos y había médicos en el sistema público de salud, había obra pública, los municipios disponían de más dinero, se apoyaba al deporte, etc…
En 2018 las cosas empezaron a cambiar y con el trillado argumento de que ya no se roba y como no roban queda dinero para repartir –discurso netamente populista–, ahora, casi todos los mexicanos reciben una beca sin más mérito que ser gobernados por la 4T.
No es exagerada mi afirmación, aunque es vedad que antes hubo corrupción, es innegable que hoy también, pero ahora más que nunca el dispendio de dinero es tanto que el gobierno debió hacer su propio banco, el del Bienestar, porque ninguna institución bancaria podría dar el servicio a tanta gente, la sola credencialización –tarjetas bancarias– representaba un problema casi insalvable para cualquier banco comercial, así me lo dijo, a manera de presunción, un Servidor de la Nación. De ese tamaño es “la repartición” de dinero a nivel nacional.
Sólo de las becas que recuerdo están Jóvenes Construyendo el Futuro, Adultos Mayores, Pensión para Personas con Discapacidad, Apoyo para hijos de Madres Trabajadoras y Mujeres Bienestar.
Se suman las del ámbito escolar: Apoyos para estudiantes de preescolar y primaria, la Beca Rita Cetina para secundaria; Beca para Educación Media Superior; Beca para Educación Superior, Jóvenes escribiendo el futuro… todas se dan sin distinción, es decir, no es un premio por buenas calificaciones o buen desempeño ni se hace un estudio socioeconómico.
Si este y el pasado gobierno federal tenían una limitada cantidad de dinero, igual que todos los gobiernos, ¿de dónde salen tantos millones y millones de pesos para las becas si no hay otra fuente de ingreso?
Por eso hay tantos recortes en toda la administración pública y ahora, la amenaza es que ya no regresarán el saldo a favor de los contribuyentes dados de alta ante el SAT, la medida ya la aplicaron en Puebla, donde los inconformes tomaron las instalaciones del SAT; de algún lugar hay que sacar para las becas…
Es muy padre recibir dinero y más sin esfuerzo, hay quien verdaderamente lo necesita, no lo malgasta y lo agradece infinitamente, pero la triste realidad es que con esa práctica el gobierno descobija a todos para repartir migajitas y comprar votos.
Es como si la madre de familia, en lugar de surtir la despensa para alimentar a toda la familia, a cada integrante le da dinero para satisfacer por sí mismo sus necesidades (alimento, vivienda, servicios, educación), por supuesto no alcanzará, y en su casa tampoco habrá nada en el refri ni en la despensa, porque ya se repartió el dinero con lo que se compraría para todos.