Cada 12 de mayo el Día Mundial de la Fibromialgia y el Síndrome de Fatiga Crónica nos invita a reflexionar sobre una condición que, a pesar de afectar a millones, sigue envuelta en malentendidos y estigmas.
Como hombre que ha vivido con fibromialgia diagnosticada por más de una década, puedo dar fe de lo que significa cargar con un dolor crónico que no se ve, que muchos dudan y que, a menudo, se trivializa. Ser hombre con esta enfermedad añade una capa extra de complejidad: las expectativas sociales de fortaleza y resistencia chocan con una realidad de fatiga, dolor y vulnerabilidad que pocos están dispuestos a comprender.
La fibromialgia no discrimina, pero los prejuicios sí. Durante años se la ha asociado más con mujeres, lo que ha llevado a que muchos hombres enfrentemos diagnósticos tardíos o incredulidad, tanto de profesionales médicos como de nuestro entorno. En mi caso, los primeros años fueron un laberinto de médicos, pruebas y frases como “es estrés” “ansiedad” o “no parece nada grave”.
El dolor generalizado, la niebla mental, el insomnio y la fatiga extrema no encajaban con la imagen de un hombre joven y aparentemente saludable. La falta de marcadores biológicos claros hacía que la enfermedad pareciera una invención, un peso que cargaba no sólo en mi cuerpo, sino también en mi autoestima.
Sin embargo, los avances médicos de los últimos años han comenzado a arrojar luz sobre esta dolencia. Estudios recientes han identificado alteraciones en el sistema nervioso central, desregulaciones en neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, e incluso marcadores inflamatorios que apuntan a que la fibromialgia no es “sólo en la cabeza”.
Técnicas de neuroimagen han demostrado que los pacientes procesamos el dolor de manera amplificada, lo que valida lo que sentimos. Además, tratamientos como la estimulación magnética transcraneal, terapias cognitivo-conductuales adaptadas y medicamentos más específicos han mejorado la calidad de vida de muchos. Aunque aún no hay cura, estos avances son un faro de esperanza y una prueba de que la ciencia está empezando a tomar en serio esta enfermedad.
Vivir con fibromialgia es aprender a navegar los brotes, esos períodos en que el dolor y la fatiga parecen insuperables. Pero también es posible salir de ellos. En mi experiencia, una combinación de ejercicio suave (natación y caminatas), algo de medicación (duloxetina), terapia conductivo conductual, manejo del estrés y un buen reumatólogo, el experimentado Dr. Herrera., han ayudado.
No es fácil, y hay días en que el cuerpo simplemente no responde, pero con paciencia y autocompasión se puede construir una rutina que permita llevar una vida lo más normal posible. La clave está en aceptar los límites sin dejar que definan quién eres.
A los hombres que enfrentan esta enfermedad quiero decirles: no están solos. No es debilidad pedir ayuda, buscar apoyo psicológico o compartir su historia. La fibromialgia no nos define, pero sí nos enseña resiliencia y empatía. A la sociedad les pido que escuchen sin juzgar, que crean en nuestro dolor aunque no lo vean.
Y a todos los que luchan contra esta condición les dejo un mensaje de esperanza: los brotes pasan, los días buenos llegan, y con cada pequeño paso podemos construir una vida plena a pesar de las molestias. Este 12 de mayo celebremos los avances, abracemos la lucha y sigamos adelante con la certeza de que, aunque el camino es duro, no es imposible.
