Hace unos años, cuando mi hijo Alex empezaba a ir a la tienda solo –bajo el ojo vigilante de su hermana o el mío– un día olvidé que me había dado el cambio y se lo pedí. Su respuesta fue reveladora y aleccionadora.
No sólo dejaba más que claro que sabía muy bien matemáticas –aprendió primero a sumar, restar y multiplicar que a escribir su nombre– sino que desde entonces sabía muy bien el valor del dinero; tendría entonces de unos 4 o 5 años.
Me dijo: “ay mami, ya se lo di. Lo dejé en la mesa. Es un billete de 50, otro de 20, dos monedas de peso y una monedita de las que no valen…”.
La monedita que no vale era ni más ni menos que una de 50 centavos, esas pequeñitas que se confunden con las escasas de 20 y 10 centavos que todavía de repente salen en algunos cambios.
Es verdad, esas monedas prácticamente no valen. En cualquier supermercado al cobrar el cajero, sin más, redondea el pago a favor de la tienda, por supuesto: si son 20.50 pesos, 134.16 pesos o 276.85 pesos, no sólo dicen son 20, 134 o 276 pesos, sino 21, 135 y 277 pesos; en parte es comprensible, ¿de dónde sacaríamos 16 u 85 centavos para pagarlos si con dificultad encontramos perdida en nuestro monedero una monedita de 50 centavos.
Los consumidores somos siempre los que “pagamos el pato”, ya sea en tiendas grandes o en pequeñas, verán, les contaré la anécdota que pasó mi tío Mario:
Aunque por donde vive hay dos tiendas, siempre iba a la más cercana, justamente por su cercanía y porque el establecimiento estaba un poco mejor surtido. Casi siempre que le debían dar cambio, la mujer que atendía le daba un ducecito o un chicle de esos pequeñitos de colores que por cierto ya no se ven tanto, por 50 centavos; le daba uno o dos y hasta tres, según se necesitara.
Un día, harto de no recibir su cambio completo, le reclamó y la señora le dijo sin dejar lugar a una réplica: “los chicles también son dinero”.
Pues bien, mi tío medio enojado salió de la tienda, pero en su cabeza la idea empezó a tomar forma y llegando a su casa buscó un frasco y dio la orden de que ahí pusieran todos los chicles o dulces que les dieran por los cambios de 50 centavos, pues había ocasiones que hasta tres chiclitos le daban en lugar de 1.50 pesos.
Semanas después fue a la tienda a comprar un litro de leche, se lo dieron y al pagar, sacó su bolsita llena de chicles y le dijo “aquí está, cuente, creo que hasta me sobran dos pesos”. La mujer hizo el coraje de su vida, pero mi tío le recordó que ella misma pagaba los cambios con esa mercancía de la que dijo claramente que también era dinero.
Asunto resuelto. La mujer no tuvo más que aceptar el pago, con su propios chicles, y jamás volvió a dar, al menos ya no a mi tío ni a su familia, un cambio así.
El mismo asunto lo resolvió con cierta genialidad mi suegra doña Teresa (+) y su tendera de toda la vida. Sus vueltas a la tienda eran bastantes, que por leche, que se terminó el huevo o por una pasta que ya no había en su despensa.
Compraba y pagaba todo en efectivo, en ese tiempo –unos 33 años–, no se usaba el pago con tarjeta como hoy día… En ocasiones la tendera no tenía cambio o era imposible dárselo, cuando por ejemplo tenía qué pagar 70.45 pesos, o mi suegra no completaba a pagar.
La solución fue escribir y hacer sumas y restas con los cambios. En un cuaderno le anotaban 50 centavos a favor y otras veces se los restaban a su saldo. Así llevó muchos años sus cuentas, siempre bien escritas y detalladas y nunca tuvieron problemas ni por pesos ni por centavos.
Actualmente, los centavos sirven más bien para confundir, que para tasar un precio, porque por un lado ya no hacen monedas de centavo para pagar 18 centavos, porque ya nada cuesta sólo centavos y porque ¿quién va a estar pendiente de llevar monedas de 50 centavos para completar pagos?
Sólo sirve para que los precios se vean más bajos, con la estrategia gancho de mercadotecnia, con el acostumbrado .90 o .99, con eso ya el precio no saltó a 200 pesos o a 600 pesos por ejemplo, y parece barato, pero a la hora de pagar, no hay quien te devuelvan los 10 centavos, mucho menos uno solo.
Entonces, ¿por qué el Banco de México sigue acuñando esas monedas y poniéndolas en circulación? La actual monedita plateada, que vino después de una más grande y dorada, está en circulación desde el 6 de agosto de 2009, junto con las de 10 centavos; las de 20 centavos circulan desde 1996, según explica Banxico en su sitio web.
Muchos, si no es que la mayoría, desprecian los cambios de centavos, con el argumento de “ni más pobre ni más rico por 50, más o menos centavos”, pero… ¿han hecho cuentas cuánto se nos va literalmente en nada con esos centavos que no reclamamos?
Tal vez no es mucho dinero y efectivamente no resentiremos “un descalabro” financiero, pero si son muchos los centavos que no da de cambio una tienda grande, son muchos pesos los que junta, miles y tal vez millones al año.
En cambio, si los 50, 16 u 85 centavos nos faltan a nosotros, no nos dan la mercancía o los viene pagado el cajero, que finalmente es sólo un empleado.
Para pagar la cuenta exacta, sin que redondeen los centavos sin preguntar, es pagando con tarjeta bancaria, ahí no hay de otra que cobrar justo lo que es con los centavos que son y no es necesario buscar las moneditas de las que no valen en el fondo de nuestro monedero.
