Luna Nueva: Los nombres y otras legalidades

El acto de elegir el nombre para un hijo y dejarlo debidamente asentado en el Registro Civil debiera ser uno de los actos más grandes y puros de amor y creo que lo es, porque como decidan nuestros padres o tutores que nos llamaremos, así nos identificarán toda la vida.

En nuestros días, apenas se conoce la noticia del embarazo, los padres empiezan a elegir con cuidado el nombre de su vástago, por significado, por un recuerdo o en honor a alguien.

Y para la obligada visita al Registro Civil, hasta se hacen pequeñas ceremonias para invitar a los testigos del registro del nuevo ciudadano, pero… no siempre fue así.

Mis abuelos: Jesusita Belmontes Carrillo y Pablo Reveles Torres tuvieron 10 hijos, eran muy jóvenes cuando se casaron. Ella apenas había cumplido los 14 años cuando mi abuelo, de 17,  a lomo de caballo, se la robó de un rancho a otro.

Cuentan que mi abuelo fue un casanova, pero que “sentó cabeza” cuando decidió casarse con una de Las Carrillo, conocidas así porque eran tres hermanas que luego de que falleció su papá, don Taurino Belmontes, quedaron completamente bajo el cuidado y tutela de su madre, doña Virginia Carrillo, muy conocida y querida en la comarca.

Por su apellido conocían a mi bisabuela y a sus hijas, y para referirse a ellas era más sencillo decir: Las Carrillo.

Todo este cuento tiene su por qué, paciencia…

En aquellos años, las décadas de los 40 y los 50 del siglo pasado, en el ambiente rural, al menos en mi familia, se sabía que se debían registrar a los hijos, pero no veían que necesariamente debían ir los padres ni de inmediato, sobre todo porque aunque ahora es un traslado de 10 minutos en auto, en aquellos días era un cansado viaje a pie o a caballo o con mucha suerte en algún vehículo.

Así que si alguien anunciaba que iría al pueblo, todo mundo le hacía todo tipo de encargos para aprovechar la vuelta, incluido el encargo “de archivar a la criatura”.

Y así, de un simple trámite que hoy día se celebra con bombo y platillo, en la familia de mis abuelos se hizo todo un caos que había empezado en 1918, cuando nació mi abuelo.

Para empezar, mi bisabuela María Reveles, se rebeló contra la opresión machista y decidió no casarse, pero sí tener hijos a pesar de la reprimenda de su padre y hermanos, así que cuando nació mi abuelo, en 1918 lo escondió hasta que no pudo más… y el niño creció sin el pequeño requisito y derecho de un nombre legal. Fue registrado hasta 1923, cuando tenía 5 años, pero quedó asentado que nació el 1 de enero de 1923.

Para efectos legales, esa fue su fecha de nacimiento y quedó asentado que falleció a los 102 años de edad cuando en realidad tenía 107, además como era hijo de María Reveles, quien lo registró así le puso, Reveles, y nadie dijo nada.

Cuando mis tíos nacieron fue más o menos la misma historia. Si no me equivoco al mayor, fue mi abuelo a registrarlo; lo nombró Fidel Reveles Belmontes, pero al segundo mandó a alguien, quien ya frente a la secretaria que tomaba nota, el encargado dijo, que se llame Héctor Reveles, pero no se acordaban del apellido de mi abuela, y alguien dijo, “pues es una de Las Carrillo”, y así completaron el nombre: Héctor Reveles Carrillo.

Con la siguiente hija no hubo problema: Josefina Reveles Belmontes; luego mi mamá Antonia… ¿qué?, preguntaban y quedó Reveles Carrillo por la misma situación que Héctor, pero además se hizo todo un enredo con la fecha de nacimiento; en el acta quedó asentado el 28 de junio de 1942, pero nació el día 13 y en la fe de bautismo dice que nació el 15.

Toda la vida se había festejado el 15, hasta que tuvo que hacer un trámite oficial y toda su “vida legal” se vino abajo, debió abrir juicio y unificar fechas; para no mover las actas de mi hermano y la mía, quedó registrado que nació el 28 de junio y se dijo que su madre era Ma. de Jesús Carrillo.

Los siguientes seis hijos –Agripina, Magdalena, María, Rufina, Alicia y Joel– también fueron Reveles Belmontes, pero hubo quien en el acta era hijo de mi abuelo y mi tía Josefina, o hijo de mi abuelo y la madrina de bautizo, y así una serie de hierros que a la larga han ocasionado problemas legales a los afectados. Todo porque quien fue a “archivarlos” olvidaron algún detalle.

Tampoco todos los nombres son los que querían mis abuelos, sino los que les parecieron mejor a quien les hizo el favor de ir a registrarlos.

Sinceramente no creo que quienes apoyaron con el  trámite a mis abuelos para registrar a sus hijos, hubieran tenido la intención de provocar problemas, sólo fueron descuidos a los que restaron importancia.

Y echando un vistazo a toda esta serie de inconvenientes, ahora veo que no es tan descabellado toda la ceremonialidad que los nuevos padres hacen para elegir el nombre de sus hijos, para ir a registrarlos y para revisar que efectivamente quede asentado que se llamarán como ellos eligieron.

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