Hace casi 15 años, con lo puesto y oculta en la oscuridad de la noche, una de mis seis tías huyó de su casa con su familia sin mirar atrás y presa de un pánico que nadie debería sentir, provocado por el crimen organizado.
Se autoexilió en Estados Unidos. Cruzaron la frontera con visas de turista quien la tenía, los que no, pasaron “de mojados”, como pudieron y con el corazón que les latía tan fuerte que lo podían escuchar.
Cuando parecía que todo iba mejorando, se les vencieron las visas y los integrantes de la familia pasaron a ser nueve de los 11 millones de migrantes que viven sin un estatus legal en Estados Unidos, según el registro de 2022, el más actualizado del Departamento de Seguridad Nacional (DHS).
Organizaciones especializadas en migración, como Migration Policy Institute, Pew Research Center y American Immigration Council, estiman que este año esta población podría sobrepasar las 13 millones de personas.
Mis parientes no son propiamente migrantes, sino más bien desplazados por la violencia, igual que decenas de familias de Jerez o de Valparaíso que se hicieron visibles porque dejaron sus pueblos en un éxodo que fue imposible ignorar. Mi tía y su familia no acapararon reflectores, los medios no contaron su historia, pero igual se fueron.
Mis primos se casaron allá y formaron familia. Algunos ya arreglaron papeles, pero no todos.
En 2017, cuando Donald Trump tomó posesión como presidente de Estados Unidos por primera vez, de nueva cuenta fueron presas del pánico y la ansiedad. “Teníamos miedo que la migra nos agarrara y nos echara. Se decían muchas cosas. Que entrarían a los centros de trabajo y de ahí apresarían a los indocumentados, sin derecho a nada”, recuerda.
“A veces ni dormíamos pensando qué haríamos por la preocupación”, recordó cuando la mediana tranquilidad que habían alcanzado se derrumbó al saber que serían blanco de una cacería casi inhumana que inició Trump contra los migrantes sin papeles, en enero de 2017.
Por ello, como familia hicieron un pacto: no saldrían más que a lo indispensable y si la migra (ICE) agarraba a uno, los que se quedaran deberían acoger a la esposa e hijos, se debían comprometer a velar por ellos, porque a México, su México, ya no quieren volver por miedo a la delincuencia.
La libraron. Terminó el primer mandato de Trump y ellos permanecieron allá, pero la pesadilla vuelve… y esta vez más agresiva y todavía algunos de mis primos o sus esposas no tienen papeles.
A pesar del miedo, ellos se mantienen firmes en que es mejor Trump que vivir con miedo en su propia tierra, a donde no quieren volver a pesar de que echan de menos a su gente y sus costumbres que se han convertido en añoranzas.
“No estamos aquí por gusto. Estamos porque en nuestro país los gobiernos no cuidan a su gente y ha dejado que gente sin corazón siembre miedo y muerte en nuestros pueblos. Sí, tenemos miedo que nos echen, pero ese es el menor de nuestros miedos”, afirmó con mucha seguridad.
¿Cuántas historias hay como la de mi tía y su familia? Tal vez se cuentan por cientos. Familias de desplazados que llegaron buscando alivio y paz, escapando de la peligrosa vida en su tierra; historias que se juntan y se hacen una con las de aquellos que van en busca del sueño americano.
Según el INEGI, entre 2018 y 2023, el 87.9% de los mexicanos que se fueron del país se dirigió a Estados Unidos.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) dio a conocer que a mediados de 2020, quienes vivían en un país donde no nacieron eran ¡281 millones! En otras palabras, 4 de cada 100 personas en el mundo eran migrantes.
Ese año, México ocupó el segundo lugar en emigración con 11.2 millones de personas que abandonaron al país, con destino principalmente a Estados Unidos; de esos, aproximadamente un millón y medio son zacatecanos que viven en el vecino país, según el INEGI en 2024.
La preocupación de mi tía y mis primos volvió por las redadas del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) que iniciaron el viernes 6 de junio en Los Ángeles, California, por las que hay una serie de manifestaciones, que aunque al principio eran pacíficas, se tornaron violentas y ahora hasta toque de queda se impuso.
Sólo el primer día, se contaron más de 100 detenciones y la tensión subió de tono cuando Trump decidió sofocar las manifestaciones con la Guardia Nacional y la Marina; pero no sólo en Los Ángeles –Ciudad santuario– hay migrantes, y ya hay protestas en otros estados como Nueva York, Florida, Texas y Chicago…
Por lo pronto, la fe y el miedo mantienen firmes en su decisión de quedarse, a mi tía, a su familia y a otras muchas, tal vez de todo el mundo.

Excelente artículo, muy concreto y muy cierto
Felicidades
Excelente artículo, felicidades