Cuando se habla del cambio climático, los conceptos que vienen a nuestra mente son emisiones a la atmósfera producidas por la industria, el tráfico en boulevard, combustibles fósiles, viajes en avión, o quizás basureros, pero en lo que la mayoría de la gente no piensa es en la comida.
Nuestro sistema alimentario contribuye con un 26% de todas las emisiones globales de gases de efecto invernadero, más que todos los medios de transporte juntos. Lo que comemos suele ser el mayor contribuyente a nuestra huella de carbono; sin embargo, a menudo se pasa por alto las medidas que podemos tomar para combatir el cambio climático.
Los impactos de la alimentación se pueden extender mucho más allá del cambio climático, esto es la principal causa de deforestación, cambio de uso de suelo y pérdida de biodiversidad, responsable del 70% del consumo total de agua dulce, y es la principal fuente de contaminación del agua.
Si bien todo el sistema alimentario causa problemas, desde la agricultura hasta el transporte, la cocina y la gestión de residuos, los mayores impactos se producen en la fase agrícola, en particular en la ganadería.
La producción de carne, huevos y productos lácteos contribuye con el 14.5% del total de emisiones globales de gases de efecto invernadero y utiliza el 70% de las tierras agrícolas, el pastoreo de ganado y la producción de cultivos forrajeros son, en conjunto, los principales impulsores de la deforestación, la pérdida de la biodiversidad y la degradación de la tierra.
Lo que genera más emisiones de carbono es la asombrosa cantidad de alimentos que se desperdicia cada año, se estima que un tercio de todos los alimentos producidos anualmente para el consumo humano se desperdician.
Esto ocurre durante la cosecha, el almacenamiento y el transporte, así como una vez que han llegado a los supermercados y se han vendido. El impacto ambiental de este desperdicio es considerable, ya que al mismo tiempo se desperdicia todos los recursos necesarios para producirlos: agua, tierra, combustible, fertilizante, etc. Tirar una manzana magullada equivale a verter 125 litros de agua por el desagüe.
Si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero después de Estados Unidos y China, representando el 6% de las emisiones globales totales.
Para mitigar lo antes mencionado, tenemos alimentos bajos en carbono que pueden ser las plantas: por unidad de peso, ración, energía y peso proteico, se ha demostrado que los alimentos de origen vegetal tienen una menor huella de carbono que los alimentos de origen animal, esto también se aplica al uso de la tierra, el consumo de energía y la contaminación de agua.
En pocas palabras, los cereales, frutas y verduras tienen menor impacto ambiental por porción, mientras que la carne de animales como vacas, ovejas y cabras tienen el mayor impacto por porción.
Algunas personas recomiendan las dietas veganas y vegetarianas, proporcionan las mayores reducciones en las emisiones de gases de efecto invernadero, utilizan menos agua, cambiar la carne roja a pescado y aves. También reducen los impactos ambientales, aunque en menor medida, que cambiar a alternativas basadas en el consumo de plantas.
Lo que es bueno para el planeta también es muy bueno para nuestra salud, cada vez hay más consenso científico que sugiere que una dieta rica en alimentos de origen vegetal y con menos alimentos de origen animal es significativamente más beneficiosa para la salud.
Claro que no todas las dietas vegetales son saludables, es importante considerar los tipos y la calidad de los alimentos vegetales en cuestión. Los granos refinados, las bebidas azucaradas, los snacks y los dulces son alimentos que aún pueden considerarse vegetales, ya que ellos o sus ingredientes provienen de plantas y pueden no contener productos animales, pero se clasifican como alimentos con alto contenido en grasa, azúcares y sal.
Es fácil sentirse impotente ante el cambio climático. Creer que, como individuos, poco podemos hacer para detener el uso de combustibles fósiles y transformar los sistemas energéticos, así como las políticas y prácticas de los gobiernos o las grandes empresas. Sin embargo, la realidad es que todos podemos contribuir significativamente al cambio climático en cada comida, todos los días, con la enorme ventaja de mejorar nuestra propia salud al mismo tiempo.

