Por: Yamilet Fajardo
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El tigre escribe ochos en el piso de la soledad. Nadie ha nacido para estar solo. Ni el que lo busca arrancándose como el hijo pródigo de la patria inicial, ni el huido de toda estancia que pueda acercarse a una patria; la patria provinciana, la Jerez de Velarde que también fue quedándose enlutada y sola; ahí es donde imagino al poeta entablando charlas, con una mujer, por supuesto; pero también con el pájaro. Con el gobierno de su tiempo; pero también con la lluvia. Con la virgen dolorosa; pero también con las horas; conversaciones que muy bien pudieran ser la crónica de todo México. Charlas venidas de la contemplación de la vida que hechizó al poeta “Sólo una cosa sabemos: el mundo es mágico”[1]había dicho. Velarde escribió prosa a la manera de Baudelaire, de quien aprendió a ser poeta aún en prosa. Textos breves que se recogen en el Minutero, Publicado en 1923 gracias a la mano de Enrique Fernández Ledesma y acaso de varios amigos, así como Don de febrero y otras crónicaspublicado en 1952.[2]Libros que nacieron de la muerte del poeta, libros que seguramente no fueron pensados como libros; crónicas, poemas en prosa, prosas poéticas, comentarios poéticos, ensayos, divagaciones, acaso lo que Velarde iba recogiendo de su propia experiencia, o como diría Montaigne, de su propia ignorancia.
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Llega la soledad al hombre por ella elegido de varias maneras: como una herida que él no quiere que se cierre, apertura de una vida más alta. Llega también filtrándose como veneno, como un insomnio, una aspiración que resulta ser inspiración. Y también como una sentencia del tiempo que el soltero evade escribiendo ochos en el piso de la soledad. Pero Velarde quiso casarse con Fuensanta y quiso casarse con Margarita Quijano y quiso casarse con Fe Hermosillo. De ellas, él lo dijo, fue discípulo sentimental. Por ellas fue sabiendo “la o por lo redondo”.[3]Es deudor a febrero de un singular espectáculo: el de una mujer; ya sea en verso o en prosa, la persigue a una distancia hiperbólica de doscientos metros, la describe y descubre “sola con su vaso de leche”.[4]La lleva de la mano por sus crónicas y, aunque su timidez era de violeta, la encuentra “por la banqueta de las casas consistoriales, bajo la luz mortecina de los faroles, mientras perfuma el azahar, enlutada y sola.”[5]
Así también el poeta habló de la otra mujer, metáfora de la patria, padeciéndola en guerra, viviendo de su vida y de su muerte: “Una patria menos extensa, más modesta y probablemente más preciosa”.[6]Metáfora última que Velarde alcanzó a escribir en su breve ensayo “La novedad de la Patria”. Si la mayoría de sus crónicas literarias las debe a una mujer, es debido, tal vez, a lo que el poeta apremiaba decir: “yo anhelo expulsar de mí cualquiera palabra, cualquiera sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos.”[7]Y es por esa combustión de huesos que en verdad nos ha dejado un poco viudas.
Bibliografía:
Campos Marco Antonio, El tigre incendiado. Ensayos sobre Ramón López Velarde, México, 2005, Instituto Zacatecano de Cultura «Ramón López Velarde.
De Montaigne Miguel Eyquem, Ensayos completos, México, 2003, Editorial PORRÚA.
Domingo Argüelles Juan, “Ramón López Velarde: Los usos de la crónica” en Ramón López Velarde. Crónicas literarias. Martinez José Luis, Ramón López Velarde. Obras, México, 2004, Editorial Fondo de Cultura Económica.
[1]Ramón López Velarde, Crónicas Literarias,selección y prólogo de Juan Domingo Argüelles, OCEANO, México, 2001, p. 353.
[2] Ramón López Velarde, prólogo deObras,compilador: José Luis Martínez, FCE, México, 2004, pp. 9-20.
[3]Ramón López Velarde, Crónicas Literarias,selección y prólogo de Juan Domingo Argüelles, op cit.p. 189.
[4]Ídem, p. 268.
[5]Ídem,p. 264.
[6]Ídem, p. 360.
[7]Ídem, p. 30.