Por: Lucía Dinorah Bañuelos
Entre los simples mortales, aunque no ignorantes del todo, pero sí ajenos en gran medida de la ciencia médica, nos es muy dado dar “diagnósticos” basados solo en experiencias personales que derivan en la sugerencia de tomar esto o aquello.
La recomendación se toma según quien la dice y quien la toma lo hace bajo su propia responsabilidad, porque se tiene claro que no es médico quien opina.
Lo que ya “no cuadra” es cuando un galeno se convierte en “chamista” para cobrar un sueldo o en su caso sus honorarios, sin siquiera levantarse de detrás del escritorio para al menos corroborar la temperatura de enfermo o verificar dónde están “las dolencias” que deberá curar.
Afortunadamente no es el caso de todos los doctores del mundo, también hay buenos y otros muy buenos. Pero pareciera que a medida que la tecnología avanza -en general-, se deshumanizan generaciones de nuevos médicos que no son capaces de hacer una valoración médica a menos que haya de por medio un ultrasonido, una tomografía, Rayos X o cualquier otro estudio que, en ocasiones, es tardado o no está al alcance de momento.
Entonces yo me pregunto ¿cómo es que le hacían los médicos de hace unas décadas sin tanta tecnología?
Sin computadoras sobre sus escritorios, usando sus manos y su sentido común hacían valoraciones médicas que evitaban que una apendicitis se tornara en peritonitis, sabían el sitio exacto de una clavícula y no la confundían con una costilla y si alguien iba con un pie inflamado, lo examinaban detenidamente para descartar alguna fractura; en algunos casos sabían el historial médico del paciente que tenían enfrente y, si era ya una relación añeja, hasta sabían el nombre de los hijos o el esposo.
No pretendo evidenciar a alguien en particular ni denigrar parejo al gremio, hay excelentes galenos, algunos que todavía trabajan “a la antigua” y transmiten confianza al paciente; otros que combinan perfecto la tecnología y la calidez humana.
Siempre un buen diagnóstico hará la diferencia entre la salud y la enfermedad, la vida y la muerte.
No perdamos de vista que bajo la bata blanca que los separa de los demás mortales dentro de los muros de un hospital, hay hombres y mujeres que piensan, se cansan, se enferman y tienen sueños y miedo…
De buena fuente he sabido de galenos que atienden pacientes contagiados con COVID-19 y luego temen acercarse siquiera al área donde convalecen, también tengo noticias de médicos jóvenes y veteranos que no dan tregua al azote de la pandemia y de algunos más (no pocos) que han perdido la vida en “la raya”.
En estos tiempos de pandemia es un buen tiempo para reflexionar sobre el quehacer de los médicos y que los hechos a la antigua se familiaricen con lo nuevo y los jóvenes que aprendan de los viejos, porque un buen diagnóstico siempre lo dará un médico comprometido.
Desde este espacio reitero mi admiración, respeto y gratitud a esos hombres y mujeres que trabajan por preservar la salud de la población.