Por: Eva Gaytán
Desde que se activó la alerta por el Covixxx me he mantenido cuidadosa y positiva. No soy de las que dice que no existe la enfermedá, soy de las que creen que todos nos vamos a enfermar, pero no todos van a morir.
Mis argumentos eran muy sólidos, racionales y hasta fundamentados en la ciencia, la fe y así; sin embargo las cosas fueron cambiando poco a poco, de la serenidad y confianza pasé a la locura absoluta y el miedo infundado.
Mi miedo sí fue infundado, pero fue originado por razones reales. Creo que, en efecto, todos debemos mantener en nuestras cabecitas que nos vamos a enfermar y con esas andaba yo por la vida hasta que el covixxx se acercó a mi familia. Cuando mi amado Manuel me dijo que estaba enfermo, no paré de llorar durante varias horas, estaba segura de que todo saldría bien, que Manuel no iba a morir, al menos no de eso y no ahora.
A pesar de eso no podía dejar de tener miedo, mi corazoncito me decía que todo iría bien, que nada malo pasaría, pero como que me negaba a escucharlo; antes de que Manuel enfermara ya se habían dado varios casos con amigos y familiares de amigos, pero Manuel nunca ha sido mi amigo, ese cabrón es mi hogar y mi familia, por eso la chilladera.
El miedo comenzó a metérseme más fuerte, pensé en lo difícil que resultará para mi mamá e hija el día que me contagie, quizá no podré atenderlas y lo peor quizá sea yo quien las contagie, pues ellas no salen más que lo mínimo indispensable y casi casi eso es nada. Jiji.
Después de Manuel supimos que una sobrina (hija de una prima hermana) dio positivo, ya tiene casi tres semanas entubada y sedada, a la semana del positivo de ella su hermano dio positivo y ahora hace unos días la mamá, mi prima, entró al hospital. El miedo siguió creciendo.
Tengo ya un par de semanas llevando a mi mamá a médicos, hemos tenido que entrar y salir de hospitales y consultorios y cada que salimos, una perra ansiedad me agarra de la mano y me sienta en la mesa del miedo, lo alimenta y se complace en echar cosas raras a mi cabeza.
Mi miedo no es contagiarme, mi miedo es ser yo quien contagia a la pipol, no solo a mi familia o a la prenda amada (que por cierto está bien kermosa), mi miedo es contagiar a mi vecino, al señor de la carnicería y a sus hijos, a los de la basura y sus familias y a quien sea.
Por ese miedo, que he adornado con gel antibacterial y cubrebocas, es por lo que no entiendo que haya gente que va a bares, que hace fiestas y no se cuida, me parece una reverenda mamada que haya quien siga pensando que no es cierto, que son complots, que las chingadas rodillas…
Aunque pensándolo bien, quizá sí es un complot y el complot sea para evidenciar pendejos e inconscientes; no creo que se trate de sometimiento ante el sistema, se me hace que si lo vemos como una reeducación para ser más limpios salimos ganando, hasta las manos podrían blanquearlos.
Lo único que me duele es que desde hace unos días mi miedo me anda metiendo en la cabeza que quizá sea bueno dejar de fumar, espero que el cabrón no se meta con las chelas, porque hasta ahí llegamos, capaz que sí le ando partiendo su madre y diré: “¿Quién dijo miedo?”.