Muchos de los inquisidores de hoy pegarían el grito en el cielo con los contenidos televisivos y editoriales con los que crecimos la Generación X y los Millenials. Baste ponerles aquella serie de películas llamada “La risa en vacaciones” (“pasito tun tún, pasito tun tún”) o que vieran una sola gráfica de “Condorito” para constatarlo.
Hace unos días se hizo tremendo escándalo por una representación de la India María, interpretada originalmente por María Elena Velasco (ícono del cine mexicano desde la década de los 70 y 80), al considerar que perpetuaba los prejuicios y la discriminación sobre las comunidades indígenas.
La verdad es que la India María, para muchos, fue el primer contacto con una representación de las comunidades indígenas (así como en su momento lo fue “el Indio Tizoc”) y más que la ridiculización de los estereotipos, permitía reflexionar en torno a las brechas de desigualdad en el México de entonces, cuyas prácticas discriminatorias aún perviven en nuestros días.
Si quisiéramos juzgar con los ojos del siglo XXI las representaciones del pasado, no nos alcanzaría la leña para quemar todos los filmes del cine de ficheras por ir contra las luchas del feminismo de hoy; o qué tal las telenovelas de las tres Marías (“Marimar”, “María la del Barrio”, “María Mercedes”) por la humillación hacia la pobreza; o qué tal “Elisa antes del fin del mundo”, por exponer a los menores al uso de armas de fuego.
¿O qué tal “Muchachitas” o “Amigas y rivales”? Por su falsa representación de los riesgos a los que está expuesta la juventud, como las drogas, el abuso sexual, el alcoholismo y la violencia de pareja. Pero en la década de los 90 era lo único que conocíamos, no lo veíamos con los ojos de alguien que ya va por el cuarto piso (y goza del privilegio que otorga el conocimiento del siglo XXI) y se ha curtido por la vida para decir que una tacha no te pega como en aquella telenovela.
¡Imaginen la cantidad de leña que se requeriría para quemar todos los capítulos de “Mujer casos de la vida real” o la filmografía completa e María Félix, o los grandes filmes del cine de oro: “Nosotros los pobres” o “Ustedes los ricos”! Sus representaciones atendían a las circunstancias de ese momento histórico, no podríamos juzgarlas con el filtro de nuestros días.
En cambio, las representaciones del pasado han tenido que adaptarse al presente a través de “remakes” que pasan por ese filtro “inquisidor” que todo lo mide con la misma vara: una Mulán que perdió el simbolismo del travestismo y la bisexualidad; una Bella que aplica los postulados feministas del siglo XXI para un cuento de fantasía ambientado en el siglo XVIII, una Cindy la Regia que perdió su irreverencia por “encajar” en las audiencias “inquisidoras”, y así muchos ejemplos.
¿Qué pensarían las feministas de hoy de “Mazinger Z”? Seguro desaprobarían la representación de las mujeres en Afrodita A o Minerva X (incluso su lanzamiento de torpedos), lo mismo que de “Candy Candy”, ese melodrama “no tan infantil” que en su tiempo hasta sufrió censuras en Italia.
Y no vayamos tan lejos, ¿qué hay de la hipersexualización en el Show de Xuxa, Nubeluz, el Club de Gaby o el Juego de la Oca? Pero eso sería juzgar con los ojos del presente lo que en el pasado no veíamos en primer plano.
A lo que voy es que cada tiempo tiene sus audiencias que exigen determinados productos acorde con sus circunstancias. Si las audiencias de hoy demandan productos políticamente correctos (es decir, lo que esta generación entiende como “políticamente correcto”), eso está bien, pero los productos que no son políticamente correctos tampoco dejan de generarse, incluso lo hacen en la clandestinidad.
Lo mismo vivimos en décadas y generaciones anteriores. A mediados del siglo XX había determinado grupo de valores que establecían qué era lo “políticamente correcto” para ese tiempo y es una concepción muy diferente a lo que se considera en nuestros días. Podemos ver e interpretar el pasado bajo diferentes filtros, pero juzgar ese pasado desde nuestro presente… “Nuevo Orden” sí es un asco, por cierto.