La primera referencia que tuve de los militares fue de voz de mi abuela paterna, una mujer cuyo único mundo era las cuatro paredes donde vivía y su familia.
Recuerdo vagamente que en uno de esos viajes, que me parecían eternos, de Zacatecas a Guadalupe a donde ocasionalmente íbamos a visitar a la virgen vi que había puestos y juegos mecánicos y como toda niña de entre 5 y 6 años pedí que regresaremos con mi papá para que me llevara a la feria.
La respuesta fue tajante: ¡Ni lo mande Dios, Guadalupe es un pueblo de soldados!
Luego me explicó que los soldados eran unos peladossin educación, que se robaban a las mujeres y que ya borrachos armaban balaceras, por lo tanto no era bueno ir a una feria de soldados.
Ella ya no está entre nosotros, murió hace 19 años, ya no le puedo preguntar ahora que tengo más edad, por qué pensaba eso de los militares, si mi abuelo siendo un mozalbete de unos 12 o 13 años, salió de su natal Laguna Grande, Monte Escobedo para unirse a la Revolución, se quedó aquí en Zacatecas capital, donde murió muy anciano con el uniforme de gendarme puesto.
Pasaron casi 30 años para que descubriera cuán equivocada estaba mi abuela, pues como editora y reportera he tenido la oportunidad de ver de cerca la vida en los cuarteles, de conocer un poco su filosofía y de saber que abajo del uniforme hay hombres nobles, claro, como en todos los gremios hay sus excepciones.
Desde que el entonces presidente Felipe Calderón (2006-2012) inició la guerra contra el narco, en diciembre de 2006, la presencia de la milicia en el país es más evidente, pues aunque siempre ha existido, cuando las fuerzas de Seguridad Pública se vieron rebasadas por el crimen organizado, salieron a las calles los soldados hacer frente a la guerra que había en todo México.
Aunque han pasado ya 14 años, es decir, dos sexenios con presidentes de diferente partido político (PAN y PRI) y uno en marcha (MORENA), siguen los soldados en las calles, ahora el gobierno les cambió de nombre y el color de los uniformes, pero en esencia -al menos la primera generación- siguen siendo militares junto con policías federales (también extintos como tales) quienes patrullan nuestras calles.
Zacatecas es uno de los estados que más militares tiene; oficialmente tenemos los batallones de Infantería 52, en Guadalupe; el 53 en Tlaltenango de Sánchez Román, y 97 en Fresnillo, además tenemos en Jalpa a la Compañía de Infantería no Encuadrada (CINE), todo bajo el mando de la 11 Zona Militar.
Pero en tiempos de crisis de seguridad, allá por los años 2011 al 2015 más o menos que fueron años terribles, había batallones casi completos de otras zonas militares o estados de la República comisionados a tierras zacatecana, una vez conté que entre los batallones propios y los infantes que estaban de comisión, sumaban hasta cinco batallones activos en Zacatecas (por la cantidad de elementos, teniendo en cuenta que un batallón tiene en sus filas 500 uniformados), sin contar la presencia de la Marina, que ellos trabajan aparte.
En su momento no pude divulgar mi conclusión, aunque tenía pruebas, ya que en reiteradas ocasiones el Gobierno del Estado emitía boletines de prensa en los que informaba con beneplácito, que se tenía el apoyo de tantos militantes de tal batallón y otros tantos de este y aquel batallón, todo para recalcar que había suficientes elementos que velaban por la seguridad en el estado; no lo pude divulgar porque no convenía a nadie, según me explicaron mis jefes de ese momento; evidenciar que el estado estaba militarizado sólo provocaría más miedo, dijeron.
En fin, entre mis andanzas como reportera y las amistades que uno va encontrando en el camino fui descubriendo que no hay gente más atenta, amable y generosa que un militar, al menos hasta que de plano se quieran el uniforme para ser simples mortales con todas las deficiencias, defectos y malos ratos que cualquier humano pueda tener.
Y ya al final de quinquenio en Zacatecas, tal es mi aflicción al ver que hay como un recrudecimiento criminal, no como hace años, pero sí veo signos de violencia… Algunos le llaman reacomodo, que no sólo los hay en las altas esferas políticas, sino también en el mundo de quienes viven al margen de la ley.