Hace unas semanas se desató una controversia en el país por la prohibición en la venta de productos que se vendían como queso, pero que no cumplían con los estándares para ser “queso” y no faltaron las muestras del “orgullo por el terruño”, destacando los quesos que se producen en determinadas regiones y hasta criminalizando en los casos más radicales a quienes consumían aquellos productos prohibidos para su venta.
No es la primera controversia en torno a los alimentos empaquetados que se venden en el país. Ya hace unos meses comenzó la polémica por el nuevo etiquetado respecto al exceso de calorías, azúcares y demás que luego desataron numerosos memes desvirtuando el sentido original de este nuevo etiquetado, que en teoría pretendía informar a la población sobre los alimentos que consume, sin llegar a prohibirlos (a diferencia de los quesos que no eran quesos).
La verdad es que de pronto nos encontramos en un supermercado o en la tiendita de la esquina abrumados por la cantidad de etiquetas que exige esta nueva norma y aunque al final esto no ha incidido en los hábitos de consumo, habría que reflexionar justamente sobre esos hábitos de consumo y algunas implicaciones en la cadena de producción.
Llevar una dieta donde se privilegien los productos naturales, no procesados, por encima de los alimentos enlatados, envasados, empaquetados o con conservadores, no es algo tan sencillo considerando que el ritmo de vida actual apenas nos permite preparar de comer a la carrera y es más fácil algo casi listo para servirse que dedicarle tiempo a la preparación de los alimentos, algo que por supuesto también se disfruta e incluso el sabor, calidad y nutrientes de los platillos es muy diferente.
Y sin embargo, en este ritmo vertiginoso resulta más fácil tener una reserva de alimentos en la despensa, que perdurarán más tiempo que en el refrigerador o a temperatura ambiente (con el consecuente desperdicio de alimentos y recursos si no los preparamos en su momento), aunque hay quien prefiere adquirir los productos frescos día con día en lugar de abastecerse de una despensa semanal, quincenal o mensual.
Hay quienes han optado por cosechar sus propios alimentos en huertos urbanos o incluso se ponen más fifís adquiriendo únicamente productos “orgánicos” (que a veces pienso que es más una etiqueta para vender más caro lo que puedes encontrar a mitad de precio en los tianguis y mercados, incluyendo productos importados).
Pero luego tenemos a casi 269 mil zacatecanos en pobreza por carencia en el acceso a la alimentación (un 16.6% de la población del estado, según el CONEVAL), que ya no le importa si es enlatado, si es fresco, si es orgánico o si tendrán apenas un par de días para consumir los alimentos antes de que se echen a perder. Y eso en el mejor de los casos, porque entre las alzas y bajas en los precios de la canasta básica, aún hay población que no tiene el ingreso suficiente para garantizar su alimentación, mucho menos la de toda una familia.
Si nos vamos al campo, es otra dinámica que tampoco abona a garantizar la soberanía alimentaria. Desde sus escritorios, muchas figuras públicas insisten en que Zacatecas debe seguir sembrando frijol, seguir siendo líder en la producción de esta leguminosa, pero hay otros factores que no han considerado: si se satura el mercado con el mismo producto y no hay demanda, los precios caen y eso mina los ingresos para los productores.
Tampoco es que un año sí y el otro también tengan garantizada una cosecha, pues en Zacatecas aún prevalecen los cultivos de temporal, con el riesgo de perder grandes hectáreas por heladas o sequías que no podrán ser compensadas ahora que desaparecieron los fondos que cubrían los siniestros de este tipo, sin olvidar que nuestro estado se encuentra en una franja semidesértica mundial, con escasez de agua, que es vital para cualquier cultivo, aunque algunos como el frijol son los que más agua consumen, los que más erosionan los suelos y los que más riesgo de pérdida representan.
Hace unos años se impulsó desde el Gobierno federal el Proyecto Estratégico de Seguridad Alimentaria, con buenas prácticas agrícolas acompañadas de asesoría técnica para garantizar, primero, el abasto de alimentos para una comunidad y poco a poco generar excedentes que pudieran ser comercializados.
Lo mejor es que en este esquema se promovía la rotación de cultivos como una buena práctica para que los suelos pudieran recuperarse y así vimos de pronto un boom de cultivos como la calabaza, el girasol, el trigo panificable, entre otros que requerían de menos agua, ayudaban a la recuperación de suelos y representaban menor riesgo de pérdidas para los productores.
La próxima vez que se quiera echar unos frijolitos caldosos o un entrecot encacahuatado con notas de huitlacoche o hasta una mentada sopa Maruchan, piense no solo en qué calidad de alimentos se está llevando a la boca, sino todos los procesos previos de producción para que usted pueda tener ese alimento en su mesa.