Suficiente hemos tenido con todos los estragos causados por la pandemia del COVID-19. Para muchos, especialmente para quienes son grupos de riesgo, han sido más de ocho meses de confinamiento, de restringir sus salidas, de vivir gran parte de sus días en el encierro escuchando y leyendo noticias desalentadoras.
Conforme pasa el tiempo aumenta el número de muertos y contagios y esos números han dejado de ser ajenos para pasar a convertirse en nombres conocidos, de nuestro entorno inmediato: el compañero de trabajo, algún conocido en alguna etapa de nuestras vidas, alguna figura pública, algún vecino y de pronto, algún familiar, algún amigo, alguien a quien estábamos acostumbrados a ver todos los días y de pronto su rostro es sustituido por una esquela.
Este virus a veces se siente como una sombra que se va posando sobre nuestro entorno. Cruza la puerta, atraviesa las paredes, se cuela entre las fisuras y sentimos que poco a poco nos ahoga. Y mientras las calles lucen sendos adornos navideños para “alegrar” un poco lo que ha dejado esta pandemia, la verdad es que salir a disfrutar de las luces es jugar a la ruleta rusa.
En este tiempo ha habido quien ha perdido su empleo, su principal fuente de ingresos, quien haya tenido que sacrificar una actividad por otra y la dinámica del trabajo a distancia o esta virtualidad que nos ha hecho cada vez más dependiente para la interacción social tampoco abonan a mejorar el ánimo.
Mientras escribo esto trasciende la noticia de que una joven de apenas 15 años de edad se suicidó en el municipio de Guadalupe y hace un par de días hubo otro caso más en Fresnillo y así se van sumando ya más de 90 casos en lo que va del año, según los datos oficiales del estado.
Decía una conocida canción “Diciembre me gustó pa’ que te vayas, que sea tu cruel adiós mi Navidad, no quiero comenzar el año nuevo con este triste penar”. La cantaba muy seguido mi abuela (qepd) especialmente en estas fechas, pero este año de la pandemia y las circunstancias que vivimos me ha hecho pensar que en el fondo muchos esconden una depresión que ha sido gradual y que para estas fechas parece desbordarse.
Esta virtualidad si algo tiene es que nos mantiene conectados y pendientes de lo que pasa en una pantalla, pero detrás de la pantalla hay historias que no se cuentan, que quizás mandan señales, algunas pistas, pero que abrumados de tanta información negativa sobre la pandemia y otros horrores luego pasan desapercibidas.
Diciembre es un mes caracterizado por la nostalgia, por el año que termina y que nos pone a pensar en perspectiva sobre las metas logradas y aquellas que no pudimos cumplir, pero para otras personas es un mes de mucha depresión, donde las pérdidas acumuladas en el año parecen apretujarse a tal grado que históricamente hay mayor tendencia de suicidios en estas fechas y en este año pandémico, la crisis podría ser aún mayor.
Deje usted los obsequios, las fotografías en los callejones iluminados del Centro Histórico, las posadas, los intercambios, las reuniones sin cubrebocas ni sana distancia, la emoción de salir de tienda en tienda buscando el regalo perfecto para la persona que más queremos. Después de lo que hemos vivido este 2020, para muchos el mejor regalo que podemos obsequiarles es saber que estamos vivos, con bien, con salud, muy a pesar de los pesares y de las carencias, pero vivos para hacer una llamada o una videollamada que poco nos cuesta, pero en mucho nos permite saberle al otro que estamos aquí, también vivos, y que mientras estemos vivos saldremos juntos de esta situación.
Hay quienes solo necesitan saber que no están solos. A veces tengo conflicto con la expresión “al que no habla, Dios no lo escucha”. Siempre hay señales de que algo no marcha. Si en verdad conocemos a la persona, sabremos leer esas señales para evitar preguntas que podrían resultar incómodas. ¿A quién le agrada decir que está no está “bien”? Incluso en un mundo donde la felicidad está sobrevalorada, se reprime el malestar para no “incomodar” la felicidad del otro.
Aprendamos a leer las señales. Aprendamos a estar. Aprendamos a mostrar empatía por quienes siguen viviendo momentos difíciles después de tantos meses de pandemia. Si un cubrebocas puede salvar vidas, una llamada o un mensaje también. Abramos los ojos y tengamos empatía. Siempre hay alguien que nos necesita.