Yay y la música norteña

Yo vengo de una enorme familia. Normal, nada extraordinario en apariencia. Sabemos hacer tamales, sabemos hacer nuestras almohadas rellenándolas con garritas, sabemos comprar en las segundas y distinguir las segundas de calidad de las que no lo son, sabemos incluso cuándo puedes pagar hasta 300 por una chamarra de diseñador encontrada en un tianguis y cuándo aunque sea de marca no vale más de 30 pesos.

Sabemos vender en el tianguis y disfrutarlo en realidad.

Mi familia está compuesta por una mamá, seis hermanas, un hermano que murió y un papá que por ahí anda; aclaro que estoy hablando de mi familia inmediata, sin contar hijos, sobrinos y sobrinos nietos.

Nacimos casi todos en Villa González, un pueblo cerca de Pinos. Ahí pueden encontrar mezcal de la Pendencia, pero no de buena calidad porque lo rebajan…

En fin, ahí nací y ahí pasé mi niñez, pero no mi adolescencia. Yo soy la más chiquita de la familia, con “amor” o por costumbre me dicen La Beba (no sé si es amor porque en mi casa somos bien muchas y esas cosas de quereres no se dicen), obviamente gran parte de mis conocimientos de rocola (musicales) se lo debo a mis hermanas, unas oían una cosa, otras otra y yo pos me las aprendía todas, hasta las coreografías de algunos grupos me sé.

Yay es la cuarta de mis hermanas, ella llevaba libros a casa y música; un día llegó con un tal Silvio y me gustó y me siguió gustando y me gusta hasta ahora y me gustará siempre.

Yay ayer cumplió 10 añitos más que yo y me da muchos gusto porque ayer mi familia (la inmediata) logró terminar el año todos vivos (falta Chavelita, mi sobrina, ella cumple años el 20, pero es joven y seguramente también dará su “vuelta al sol”).

Hoy puedo decir que nuestra familia está unida, incompleta porque nos falta mi carnal, pero feliz.

Hoy puedo decir que me enorgullece ver qué Spotify me dijo que el artista que más escuché fue Ramón Ayala y que la rola que más escuché fue de Ramón Ayala, y hoy puedo sentirme orgullosa porque aunque vengo de una enorme y hermosa familia ninguno me inculcó escuchar la música norteña, esa la traigo en el alma.

Mi corazón no late: suena a ritmo de acordeones, y me da mucha alegría saber que hay muchas personas que me han menospreciado por eso, pero que es algo que valoro de mí.

Amo a mi familia y amo que nunca intentaron educar mi oído y presentarme cosas “cultas y profundas”, esa las fui escuchando yo solita, las conozco, me gustan, pero no las amo. Mi familia siempre respetó mi gusto por lo norteño, aunque ahora que lo pienso los pobres ni sabían.

Salud por la música, salud por la música norteña y salud por mi hermana Yay que aún no me dice qué me va a regalar por su cumpleaños.