El sábado fue el Día del Maestro (a), quienes dedican gran parte de su vida enseñando a otros a prepararse para enfrentar la vida. Me vino a la mente una frase del filósofo español José Ortega y Gasset: “Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñas”.
A lo largo de nuestra educación hemos tenido muchos maestros, pero siembre habrá una maestra o maestro a quien recordamos con cariño, que nos marcó para siempre, aquel que no solamente se limitaba a enseñarnos, sino que nos hacía pensar, dudar, reflexionar, el que nos infundía confianza, nos inspiraba y nos motivaba a cuestionar, el que nos enseñaba de tal forma que disfrutamos el proceso de aprendizaje. El que nos proporcionaba conocimiento, pero también nos enseñó amar el conocimiento. Mi admiración y reconocimiento a estas maestras y maestros.
Aún recuerdo cuando estaba en el jardín de niños, en mi época no era obligatorio, era muy divertido, pues la mayoría de las actividades eran recreativas, me gustaba cuando nos enseñaban con muñecos guiñol y con marionetas, así aprendimos algo de civismo; también jugábamos con plastilina y nos enseñaban a trabajar con papel doblándolo de diferentes formas para formar figuras (papiroflexia), así desarrollábamos nuestras habilidades.
Después inicié la primaria en un colegio particular, había más disciplina. Como en ese tiempo había plaga de piojos, antes de entrar a clases nos formaban, tomando la distancia con el brazo estirado, luego nos revisaban la cabeza, los zapatos que estuvieran bien boleados y el uniforme. Terminé la primaria en una escuela pública, ahí era mayor el número de alumnos por grupo.
Todos los lunes teníamos que llevar un ladrillo por alumno para la ampliación de la escuela y ese día había homenaje a la bandera. A los alumnos de menos recursos les autorizaban comprar el desayuno escolar por diez centavos, a mí se me hacía agua la boca por probarlos, recuerdo que les daban una torta de chorizo, una fruta (plátano, manzana o naranja) y un cuartito de leche sabor a fresa o chocolate. Esos desayunos fueron suministrados por el Instituto Nacional de Protección a la Infancia (INPI).
Afuera de la escuela vendían paletas, arrayanes, raspados, los comprábamos a través de la reja porque no podíamos salir, eso lo hacíamos a la hora del recreo, era el espacio en el que jugábamos y compartíamos.
Los uniformes se mandaban a confeccionar con una costurera, solamente vendían las blusas; los libros los llevábamos atados con un tirante de plástico que se abrochaba con hebillas, ya que no había mochilas, solamente hacía loncheras de lámina. Escribíamos con gis (tiza) en el pizarrón; el maestro generalmente nos daba todas las materias, excepto música y baile. No había transporte escolar, teníamos que ir caminando a la escuela.
Siempre me entusiasmó asistir a la escuela y lo que más me gustaba era salir en todos los bailables, ¡me encanta el folklore! El horario de clases era por la mañana y por la tarde, por la mañana eran las materias y por la tarde labores manuales (carpintería, tejido, bordado, cocina).
Los libros de texto eran gratuitos, producidos por la Secretaría de Educación. Muchas lecciones las memorizábamos y recitábamos, revisaban nuestra ortografía y si alguna palabra estaba mal escrita, el maestro (a) nos hacía escribir planas y más planas.
Se exigía disciplina, cuando entraba el maestro, director o algún adulto al salón, todos nos poníamos de pie y saludábamos en coro. En hora de clase no se permitía hablar, si alguien deseaba hacerlo levantaba la mano y hasta que el maestro (a) le autorizaba, podía hablar.
Los castigos eran el pan de cada día, si alguien tenía un mal comportamiento o no cumplía con la tarea, le decían que juntara sus manos y el maestro (a) le daba con la regla de madera y muchas veces el castigo era doble, si los padres se enteraban que su hijo (a) había tenido un mal comportamiento también lo castigaban.
Una de las materias era la caligrafía o escritura muscular, escribíamos con una especie de pluma fuente, sin llegar a eso porque era una pluma de madera con puntilla (de varios tipos de punto) como la de la pluma fuente y utilizábamos tinta china, cada palabra (de carta) debía escribirse de corrido sin levantar la pluma hasta completar la palabra, con ese ejercicio, todos teníamos la obligación de tener una letra de carta excelente y sin faltas de ortografía.
Los maestros no conocían de computación, pero eran muy profesionales, el sistema educativo era diferente, había quienes repetían año porque no pasaban los exámenes. Ahora sepan o no, hay que pasar a los alumnos, así que creo que la educación en esa parte ha empeorado porque si hay quienes egresan con conocimientos, habilidades y actitudes deficientes, ¿cómo pueden exigir empleos dignos?
Estudié secundaria técnica (auxiliar contable) en una escuela particular, así que eran muchas las materias, en ese tiempo escribíamos los trabajos en máquinas de escribir de las marcas Remington u Olivetti. Al concluir esta etapa escolar teníamos que entregar una contabilidad completa que incluía el los libros: diario, mayor, inventario y balance.
Ahora, por causa de la pandemia, los maestros han tenido que innovar, porque se encuentran trabajando desde casa utilizando plataformas, ha sido una situación difícil a la que se han enfrentado tanto los docentes como los padres.
De cualquier manera, a los maestros de antes y a los de ahora, mi reconocimiento por abrir la ventana del conocimiento, transforman la manera de ver el mundo y la realidad, nos han enseñado que hay luz al final del día, nos han enseñado a ser libres.
Que bonitos recuerdos . Viví algo muy parecido. Y fui muy feliz en la escuela. Tuve los mejore maestros . De felices recuerdos. Dios bendiga a los maestros.
Eran bellos tiempos cuando al maestro se le respetaba, cuando desde su casa al alumno se le inculcaban más valores; muy buen artículo gracias por compartirlo.