Al fin terminaron las campañas. Yo que soy creyente digo ¡bendito sea Dios! Fueron dos meses intensos para candidatos, la gente que está detrás de ellos sosteniéndolos, los periodistas y la ciudadanía en general.
Como en toda competencia, unos ganaron y otros no, sólo que ésta no es una competencia común y corriente, el premio al triunfador es una gran responsabilidad en cualquiera de los puestos de elección popular que se disputaron este 6 de junio.
En todos los casos los aspirantes pretendían llegar a una meta que (esperemos) conocen a sabiendas de lo que implica, incluida la mal llamada herencia del estado (finanzas, seguridad, pandemia, corrupción…).
Aunque no haya buenas cuentas, como la oposición se encargó de engrandecer al tiempo de que minimizó las cosas buenas, tanto el vencedor como los vencidos lucharon con uñas y dientes por alcanzar la meta.
Hubo buenas propuestas, con buenos discursos, ejemplo y trabajo, y hubo también muchos desatinos que rayaron en el ridículo; en ambos casos fue una ventana que nos dejó ver qué nos esperaba con una y otra propuesta, aunque lamentablemente aquí aplica las bíblicas palabras de que entienda quien tenga ojos para ver u oídos para oír.
El pasado domingo, según números oficiales, salió a sufragar el 52 por ciento de la población en edad de votar, la mayor participación ciudadana en comicios de los últimos años.
En lo personal sentí mucho gusto ver las casillas con mucha participación; en algunos casos la espera fue hasta de hora y media. Las urnas se veían rebosantes de papeletas.
Independientemente del resultado, la ciudadanía envió un gran mensaje al ejercer su derecho y obligación de votar al elegir con ello a sus gobernantes y legisladores.
Ahora les toca a los políticos cumplir sus promesas de campaña, quitarse los trajes de candidatos y, sobre todo, hacerse a la idea que ya no son fulanito de tal, para asumir sus papeles de gobernadores, legisladores o presidentes municipales.
La ola aplastante que dio poder absoluto al gobernante en turno perdió fuerza y qué bueno, porque ahora, en la Cámara de Diputados ya no se podrá modificar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos a contentillo o capricho, ahora tendrán qué hacer política de verdad, dialogar, consensar, trabajar, convencer…
En unos meses tomarán posesión de sus cargos y deberán gobernar o legislar para todos y están en la obligación de buscar y garantizar el bienestar para todos los ciudadanos, sin importar filiaciones políticas, sexo, credo o lugar de residencia.
Ojalá de verdad todos se dediquen a lo que deben con toda la honestidad posible que les permita sus conciencias, que en realidad debe ser sólo una.
Vayamos a lo que sigue, para que a doña Mariquita le den completo su medicamento en el IMSS, para que don Pablito tenga atención médica de calidad y se le procure un lugar digno donde vivir el resto de su vida.
Para que don Secundino verdaderamente pueda presumir que hay un mejor gobierno y que ni sus hijas ni los transportistas paguen tan caro el combustible para que él y todos los mexicanos recuperemos un poder adquisitivo que nos permita vivir bien con nuestro trabajo sin necesidad de descuidar a los hijos por tener que chambear en dos o tres sitios.
Ojalá que esta elección sirva no sólo para hacer fuerte a un partido, marca a personaje, sino que sirva para lo que en realidad debe servir: para vivir en un país verdaderamente democrático, en el que se respete a las instituciones, pero principalmente a la gente, que ningún servidor público ni funcionario ni gobernantes o legislador menosprecie nuestra capacidad pensante y de raciocinio.
Para que deje de haber dos Méxicos, el de los que están en el poder y el de los gobernados, que terminen esas dos realidades alternas en una sola: la del progreso y paz social.