Luna Nueva: La magia de la lectura

Quienes me conocieron en mi época de estudiante, sabrán que la materia de Español no fue precisamente mi fuerte; de hecho la gramática, sintaxis, ortografía, conjugaciones… en fin todo lo que se refiere a la comunicación escrita me aterraba.

Las conjugaciones verbales en tiempos simples me quitaban el sueño al igual que las reglas de acentuación (todavía hoy se me dificulta saber cuál palabra es grave, aguda o esdrújula, aunque sí sé dónde llevan la tilde) y la identificación de adverbios y conjunciones, aunque la puntuación no fue un problema.

Lo mío eran las ciencias exactas. Era buenísima para las matemáticas, al menos no se me dificultaban, más tarde la física y la química me apasionaban. Me encantaba cómo se veían mis apuntes con los signos parejitos de integrales y diferenciales y me entretenía mucho resolver ecuaciones de tercer grado o dibujar las moléculas en química.

Me ayudó mucho, yo creo que muchísimo, que desde muy niña me gustó leer y leía todo lo que caía en mis manos o veía escrito en anuncios y paredes. A los 8 años, más o menos, leí mi primer libro, y no un libro cualquiera.

Era un best seller de los que leía mi papá, también asiduo lector en sus buenos años “cuando tenía buenos ojos”, dice él. Era un “ladrillo”, no recuerdo cuántas páginas tenía, pero sí más de 500. No recuerdo el título exacto, pero era algo así como Un Hombre de Verdad, escrito por un ruso del que he olvidado su nombre.

La obra contaba la historia de un militar ruso cuyo avión cayó en la tundra, aunque lo buscaron finalmente lo dieron por muerto, pero él fue el único sobreviviente de la tripulación y contra todos los pronósticos sobrevivió y más aún, tuvo el coraje para caminar kilómetros en medio del frío y la nieve hasta encontrar un lugar poblado desde donde pidió ayuda.

El frío extremo dejó severas secuelas en su cuerpo, sobre todo en sus piernas que debieron ser amputadas. El pronóstico de los médicos era que no volvería a caminar, mucho menos a volar un avión. Sin embargo, su disciplina, valor y tenacidad le dieron la paciencia y coraje necesario y volvió a volar.

Recuerdo como si lo hubiera leído hace apenas unas horas, cuando el autor describía como le sangraban los muñones tras incontables horas de extenuante ejercicio para poder dominar las prótesis para caminar sin que se notara que no eran sus piernas naturales.

Ese libro me llevó a conocer y a vivir la magia de la lectura. Me trasladé a la Rusia de aquellos años, sentí el frío, admiré al soldado ese por su determinación…

Después de ese libro el segundo, también de mi papá, fue uno del que no recuerdo ni su autor ni su título, sólo me acuerdo que fue escrito por una mujer, su protagonista, quien cuenta la inhumana crueldad del holocausto.

De eso no hay mucho que explicar, porque la mayoría sabemos, aunque sea a grandes rasgos, lo que ocurrió en la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo con mucha tristeza cómo ella narra cuando dibujó un plátano en la tierra para que su hermanito lo viera y supiera qué era y que se comía, por si algún día salían de ahí y la descripción del tazón de avena que recibió como primera comida en un barco de la Cruz Roja al terminar la guerra. En su cautiverio no sabía a ciencia cierta qué era lo que comía, pues en un caldo fétido podían ver hasta palos y piedras según escribió la mujer.

Pues bien, leí mucho durante mi niñez y juventud y lo sigo haciendo. Creo que por eso es que aprendí a escribir un poco mejor que el promedio de la gente aunque sé y admito que me hace falta aprender mucho más.

El punto, tras este viaje a mi pasado, es que tristemente las nuevas generaciones no muestran interés en aprender a leer. Como en todo, hay sus muy destacadas excepciones donde nadie conoce un libro y otras muy notables donde ha habido apoyo de los padres.

En general, comentábamos hace unos días una maestra que trabaja en una preparatoria privada y yo, es que los muchachos no saben leer, no tienen paciencia, amor ni, insisto, interés por la lectura y se nota no sólo cuando dicen que leen, sino en su ortografía, en su pobre léxico y hasta en su creatividad para expresarse.

Baste dar un “paseo” por las redes sociales para verlo. Los ojos sangran al ver cómo el idioma es “masacrado”, vemos cómo para decir que se usa sólo la letra K, ¡ni siquiera la inicial de la palabra!, se suplanta con zetas las eses, como “adorno” de la palabra a veces y otras por mera ignorancia. Se confunde de igual manera los términos A ver y Haber, no se sabe la diferencia entre Ay, Ahí, Allí y Hay y ni qué decir de Ves y Vez o aprender y aprehender… Como esos, miles de ejemplos.

Es inexistente la lectura de comprensión, me decía la maestra, que se nota en todo pero más en las evaluaciones, cuando en las instrucciones se pide Subraye la respuesta correcta y los alumnos la tachan, la palomean, la colorean o la encierran en un círculo o cualquier cosa menos subrayar.

Leer bien y comprender lo que se lee es sumamente importante en todos los quehaceres de la vida. Cuando leemos un contrato, un libro o las instrucciones para algo.

En fin, dicen algunos que me conocen que soy muy exagerada y que debo practicar más la tolerancia. Tal vez estén en lo cierto. Lo malo es que aprendí a leer y a escribir (y le doy gracias a Dios por ello) en una época en la que se respetaba la escritura, la gramática, la sintaxis y la ortografía, aprendí a la antigua (tengo 48 años) con buenos maestros de esos que enseñaron para la vida.

1 comentario en “Luna Nueva: La magia de la lectura”

  1. Hola, te conozco, te admiro y mis respetos, se que eres una persona preparada, que lamentablemente no se te reconoce ni se te da el mérito que mereces. Yo que soy maestra carezco de conocimientos de los que haces mención y así como yo hay muchas y muchos que no vamos a reconocer.
    Esto que escribes me hace reflexionar que nos falta mucho por hacer y aprender, que nunca es tarde y que si queremos ser y dejar algo bueno para la juventud… Hay que estar en constante actualización.

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