Vivimos en un tiempo en que todo, absolutamente todo se puede demandar, poner queja o levantar un acta para ganar –por la vía legal– lo que creemos que es justo para nosotros, aunque como cada cabeza es un mundo, no siempre lo que es bueno para nosotros también lo es para el otro o viceversa.
Irónicamente no denunciamos ni demandamos las cosas verdaderamente importantes por miedo, por el qué dirán, por ignorancia, por falta de tiempo, por evitarnos “broncas” derivadas de o, peor, porque no confiamos en nuestro sistema de justicia.
Todo lo anterior se traduce en impunidad, es decir las injusticias o delitos no son castigadas, no se procura justica para las víctimas y los malvados siguen haciendo de las suyas, pues confían, ellos sí, en que ni las víctimas ni las autoridades harán nada.
No soy mujer de leyes, desconozco demasiadas cosas como para sentirme una autoridad en el tema, pero observo, leo, analizo…
Nos quejamos mucho y constantemente de muchas cosas, desde las más simples hasta las verdaderamente importantes, pero permanecemos impasibles, no movemos ni un dedo para cambiar las cosas; hablo en general, siempre hay quien sí se ocupa en mover causas para provocar lo que desea y es lo suficientemente perseverante para verlo o al menos para luchar por ello.
He sabido de hombres y mujeres que son víctima de violencia intrafamiliar, sí, también hombres, hay mujeres bravas que no se detienen ante nada y como se dice vulgarmente, tienen “azorrillados a sus viejos” y ni hombres ni mujeres se atreven a denunciar sin importar qué tipo de violencia sea, porque la violencia viene en varias presentaciones, no siempre es física, de esa que se ve claramente en un ojo morado o en unas costillas fracturadas.
Existe la violencia económica, psicológica, emocional o la sexual y no siempre es denunciada, porque en el proceso de agresión la víctima se disocia de tal manera de su realidad, que no se da cuenta que es agredida por quien se supone debería apoyarla en todo o porque teme que, si se mueve para hacer algo, su victimario la buscará para desquitarse.
Mis padres prefirieron no denunciar la actitud irresponsable del oncólogo López, porque “no pasa nada y es mucho desgaste para nosotros”.
A mi primo hace tiempo le dañaron la instalación del agua para robarse el medidor y algunos tubos y no denunció porque “es más la pérdida de tiempo” que lo que se resuelve.
A una buena amiga le robaron el estéreo de su camioneta, cuando la dejó estacionada en las inmediaciones del parque Sierra de Álica y no denunció, no le pregunté por qué, pero intuyo que no quiso perder tiempo.
Al inicio de la actual administración muchos amigos y conocidos míos fueron despedidos de sus empleos, algunos hasta con 16, 18 o 21 años de servicio, incluso siendo sindicalizados; aunque sabían y sentían que era una injusticia no denunciaron, algunos porque tenían la esperanza que de no hacerlo los mandarían llamar en algún momento y los reinstalarían, otros tantos no lo hicieron por temor a quedar fichados y ya no encontrar empleo en lo sucesivo, otros más no le vieron caso porque es una pérdida de tiempo. Solo algunos se atrevieron, pero los he visto más decepcionados que satisfechos.
También están los asuntos más delicados, como cuando todos saben dónde hay gente mala y nadie denuncia por miedo –bien fundad– a perder la vida.
Así como estos ejemplos puedo enumerar algunos más, son muchos los casos que uno se topa a lo largo de la vida y no le va dando importancia. Hace unos años alguien entró a mi casa y se robó algunos ahorros. Cuando puse la denuncia un policía viejo conocido, que no amigo, me dijo, “y por eso estás aquí. Yo te los doy y san se acabó”, mi respuesta inmediata fue: no vengo por el dinero, vengo porque al entrar a mi casa me robaron mi tranquilidad, pero ¿qué creen? No pasó nada. No dieron con el ladrón, yo hasta creo que ni lo buscaron y pues no recuperé mi dinero. Lo mismo ocurrió cuando me robaron mi auto.
La hija de una querida amiga fue víctima de violación. Denunció y ¿qué creen?, tampoco pasó nada.
Creo que por cosas como esas es que la gente no denuncia, sin embargo, estoy convencida de que denunciar es una obligación como buenos ciudadanos, porque entre el temor, la duda, la resignación y la apatía crece y crece la impunidad y la cifra negra que impide ver la realidad en las pomposas estadísticas oficiales que enumeran los delitos que se cometieron en determinado territorio. Presumen solo lo que se denunció, los demás mueren en el anonimato.
Va mi reconocimiento y respeto para quienes a pesar del miedo y sabiendo lo que conlleva su acción, denuncian ante la autoridad competente. Para cambiar nuestro entorno tenemos la obligación de hacer lo que nos corresponde hacer según nuestra circunstancia.