Luna Nueva: El mueeeerto quiere… paz

Desde niña recuerdo el Día de los Muertos como un día de fiesta en el que la palomilla del barrio salía a pedir dulces, nada qué ver con dogmas religiosos ni con culturas prehispánicas o costumbres extranjeras. Era sencillamente otra la oportunidad de salir a pedir “el muerto” en “bola” y divertirnos sin más preocupación que no llegar después de las 10 de la noche a nuestras casas.

En esos días, nuestras madres no se ocupaban de ir a comprar vistosos y costosos disfraces, nosotros mismos, con los recursos que teníamos a mano los hacíamos. Las que habían hecho su primera comunión usaban sus vestidos y con el velo en la cara fingían que eran La Llorona, los niños se pintaban ojeras y se metían a la boca una dentadura de plástico con colmillos afilados para parecer vampiros inspirados en las películas en blanco y negro del Santo, el Enmascarado de Plata, otros, los más osados, rompían algún pantalón para ser un muerto viviente o se combinaba ropa con holanes y otros detalles en papel crepé para dar dramatismo al disfraz.

Recuerdo que en el barrio, al grito grupal de “El mueeeerto quiere camote, si no se le cae el bigote. La viuuuuda quiere una ayuda, para su pobre criatura…”, Maricela, Fabricio (+), Norma, Rocío, Alejandro, Lorena, Checo, Laura, Angélica y yo (y los que me faltan mencionar) fuimos los primeros que nos atrevíamos a salir más allá de la cuadra disfrazados de La Llorona, vampiros, enfermeras, la viuda, muertos o momias y hacíamos una especie de puesta en escena adentro de las tiendas hasta donde entrábamos –previo “canto muertero”– con Fabricio “muerto” sobre una tabla, tras el cual Maricela lloraba porque era su marido muerto, se desmayaba y yo entraba, vestida de enfermera a reanimar a la viuda; luego nos levantábamos todos, dábamos gracias y recibíamos aplausos, dulces y dinero. La repartición era otro asunto.

Al paso de los años todo ha cambiado. La palomilla se deshizo porque crecimos y nos fuimos del barrio, las costumbres van tomando otros matices y la influencia externa hace mella en cada uno como individuo.

El Día de Muertos como tal es una fiesta única en el mundo, según sé, en la que se juntan el dolor y la alegría, en el que los vivos conviven con sus muertos en un ritual que inicia desde días antes del día 2 de noviembre cuando se sirve la mesa para que los que ya no están participen en un banquete; aunque más allá de la costumbre “pura”, también se ha convertido en una ocasión para convivir, sin nada qué ver con el ritual mestizo que origina la festividad.

Esa fiesta, la solidaria entre un mundo y otro, es la que se acostumbra en mi familia cuando alguien muere. Entre alabanzas católicas y rezos se despide al difunto entre flores, velas y litros y litros de café negro con el que los dolientes esperamos que el cielo se torne más oscuro y luego despunten los primeros rayos del sol que junto con ellos llegan los vecinos, los amigos cercanos y los parientes con pan, leche y diversos platillos para que los más allegados al difunto pasen su duelo sin preocuparse por tareas tan mundanas como preparar los alimentos o atender a quienes les acompañan.

En medio del dolor hay una fiesta de solidaridad que une a la familia, la última con el ser deja este plano físicamente, y que se prolonga por nueve días más después del acaecimiento.

Sin embargo, en la realidad colectiva contemporánea la muerte ha tomado otro significado. Ya no sólo es el fin de la vida como la culminación de un ciclo natural, aunque el dolor individual pudiera ser el mismo. En nuestros días la muerte se ha convertido en un instrumento de sometimiento, venganza y “empoderamiento” sobre determinado territorio, se usa para sembrar miedo y a la postre indiferencia. Sí aunque las autoridades se nieguen a reconocerlo en ese discurso que se vuelve en sí contradictorio cuando evaden explicaciones, pero implícitamente aceptan que pasa algo, y muy grave, cuando pomposamente salen a anunciar que redoblan vigilancia, que habrá más Guardia Nacional, que hay colaboración extra con el Ejército…

En Zacatecas todos los días se habla de muertos, todos los días hay madres y padres, hijos, esposos, hermanos y amigos llorando por hijos, padres, esposos, hermanos y amigos muertos prematuramente. En este contexto, hoy, en lugar de pedir “camote” debemos pedir paz para nosotros mismos y para el estado en general.