Un día me paré en el umbral de una puerta en la vieja casa de mis abuelos y como nunca antes vi el paso del tiempo “de sopetón”. Sin proponérmelo vi cómo había pasado ya un cuarto de siglo sin aviso previo, porque el tiempo es así, no avisa, solo pasa y con él se lleva el brillo de las cosas nuevas, la frescura de las flores, el enjarre de cal y arena pintado con baba de nopal y cal…
Fueron solo unos minutos los que me detuve a observar… hacía ya 20 años de que mi abuela había muerto y la casa que fue punto de reunión para sus 10 hijos y los hijos de sus hijos se desmorona de a poquito. Los cambios fueron lentos, paulatinos, casi nadie los notó de inmediato, solo hasta que pasaron muchos años se va uno fijando que ya no hay macetas con flores, que el horno donde se hacían las gorditas en lo que parecía una inacabable jornada está en ruinas, que la vieja puerta de mezquite que da al corral ya no está, que en la cocina ya no está el zarzo (una especie de canasta de carrizo que se colgaba de una viga) donde mi abuela oreaba los quesos recién hechos ni está “el pollo” (una suerte de barda que servía de base o mesa) para el metate cerca del fogón donde torteaba todos los días…
Alguien alguna vez dijo que habría que reconstruir la casa, recomponerla, remendarla, pero entre tantos nadie levantó la mano para secundar la idea y lo que fue un lugar de cálidas reuniones poco a poco se fue convirtiendo en una sombría casa, casi sin vida si no fuera porque el centenario hombre que la habita entra y sale todos los días de una pieza a otra.
Ahora que el recuerdo llega a mi mente comprendo que todo en la vida necesita mantenimiento, orden, arreglos, cambios… no solo la casa del abuelo, también la mía y tal vez la de muchos, porque vamos guardando cosas por si acaso, descuidando espacios y acumulando recuerdos en forma de cachivaches que se vuelven inútiles con el paso del tiempo y barremos y sacudimos el polvo solo por encimita.
No solo nuestro entorno íntimo, como nuestra casa, necesita cambios, también las instituciones públicas, el gobierno entero, pero siempre pensando en progresar, en ir para adelante; desde mi punto de vista no es bueno retroceder, para atrás –creo– solo se debe voltear para no olvidar de dónde venimos y ver todo lo que hemos logrado.
Indudablemente que el Instituto Nacional Electoral (INE) también necesita un arreglo, una sacudida, un cambio, porque así como la casa de mi abuelo, está un poco “amañado en la costumbre” y solo barre por encimita, pero no cualquier cambio, no uno al contentillo de un solo hombre que se empeña en imponer ideas que fueron ya hace 20 o 30 o más años, pero ya no son.
La idea de cambiarlo no es mala, como no fue mala la idea de recomponer la casa de mi abuelo. Ciertamente habría que hacer limpieza, así como la hacemos en casa, empezando por saber que vamos a limpiar, a ordenar y que será un proceso tal vez largo y cansado, pero con la certeza de que lograremos lo que queremos para estar mejor, no para regresar a como estábamos o a estar peor.
Hay que identificar vicios y combatirlos eficazmente, hay que ver qué sobra, qué falta, de dónde y qué se puede cortar, que aún sirve y que ya no, qué beneficia a todos, que se haga menos burocrático y más confiable.
Cierto, es evidente que hay despilfarro, el mismo del que se sirvió por mucho tiempo quien ahora ostenta la primera magistratura del país y que ahora usa cínicamente para criticar a sus oponentes, eso es lo que no se vale, porque aunque no es mala la idea –insisto– no es honesta su propuesta que pretende hacerlo como acostumbra, a su modo, imponiendo, porque así cree él que es lo mejor, aunque sí hay que vigilar cada centavo que se le dé al INE o como se vaya a llamar.
Hace 32 años tuve mi primera credencial de elector al cumplir 18 años. Era anaranjada, sin foto, sólo tenía mis datos básicos como ciudadana y creo que incluía mi huella digital; 10 años después tuve una nueva credencial, ya con fotografía y algunos sistemas de seguridad, pasó una década más y el documento ha sido más completo, con más información y sellos de seguridad para hacerla infalsificable.
Así merito, como ha evolucionado la credencial de elector debe evolucionar la entidad que la expide, siempre para ser mejor y estar a la vanguardia. Sería ridículo, tonto e inaceptable volver a tener una credencial anaranjada, sin foto y sin los sistemas de seguridad que ofrece la tecnología actual para autenticarla.
Cómo siempre muy buena nota
e interesante.
Excelente día como siempre con el gusto de leer tu nota la cual es satisfactoria y a la vez aprovecho para enviarte un fuerte abrazo y saludo al igual casi concuerdo contigo en el rancho donde vivian mis abuelos también cambio y quedo abandonada y del cual ahora es la escuela de catequistas en tacoaleche pero así pasa con el correr de los años, que tengas un excelente día y como siempre gracias por compartir conmigo tus excelentes notas