Cuando era niña me tocó acarrear agua desde un ojo de agua a la casa de mis abuelos maternos, en realidad iba “de cola” –decía mi abuela Jesusita– con mis tías, porque ellas, acostumbradas al trabajo rudo, cargaban en una mancuerna –suerte de artefacto que consistía en un palo firme del cual pendían dos cadenas con un gancho que se atoraba en los botes o cubetas para acarrear casi cualquier cosa– dos botes de los entonces conocidos de cuatro hojas (20 litros de capacidad cada uno).
No era un trayecto corto el que se hacía, unos 20 minutos desde que se enfilaban con la mancuerna al hombro con sus dos botes; ellas iban a paso veloz, comprensible por la carga que llevaban, y yo corriendo atrás de ellas con un botecito de risa; llegaba con mi recipiente medio de agua o vacío.
No era un viaje el que hacían, pues debían llenar las dos ollas de barro para el consumo doméstico, es decir, la hidratación de seis hijos que aún no se casaban, los abuelos y las visitas, porque en esa casa siempre había visitas y para cocinar. También se acarreaba el agua para regar las mil macetas de mi abuela, bueno, está bien… no eran mil, pero sí muchísimas, nunca las conté, pero su enorme patio parecía una selva tropical; también acarreaban agua para el aseo personal.
La dura labor en ocasiones era más liviana cuando estaban disponibles el burro y las famosas cantinas –un invento muy inteligente de alguien que servía y sigue sirviendo, para cargar al animal con dos botes de cuatro hojas de cada lado–, pero no siempre se animaban a llevarlo porque no querían batallar con el asno.
Para lavar la ropa, mis tías iban al río, en ese entonces caudaloso; iban con el burro cargado con chiquihuites (especie de canasta gigante) o costales y un sartén grandísimo de fierro o plástico o de los dos, donde ponían a remojar la ropa con detergente en polvo y de donde iban sacando prenda por prenda para tallarla a pulmón con jabón de teja, decían ellas, sobre una piedra bien escogida para que hiciera las veces de lavadero y que acomodaban frente a ellas que hacían el trabajo de rodillas adentro del agua.
Para la ropa blanca buscaban calabacilla y hacían una especie de jabón con el que dejaban muy blanca la ropa, nunca me fijé cómo lo hacían y lo lamento. Igual que en el acarreo de agua yo iba “de cola”, me daban prendas muy pequeñas y fáciles de lavar, me buscaban una piedra extra en la que restregaba unas dos o tres cosas; la mayor parte del tiempo, como buena niña, jugaba en la corriente del río que ahora agoniza por la sequía.
El agua entubada es relativamente nueva en Tenango, Villanueva, si acaso unos 25 años, tal vez unos dos o tres años más, pero no más, igual que la electricidad, por ello mis tías no disponían de la comodidad que hoy hay en el 99.6% de los municipios del país, según información oficial, aunque podría ser menos porque durante los últimos años con el calentamiento global los mantos acuíferos se están secando, situación que empeora por la sobrepoblación y por ende, el consumo humano, a lo que se unen redes deficientes, viejas y en mal estado que impiden que el líquido llegue a su destino; ellas no tenían una llave para obtener agua ni tenían una lavadora para lavar las montañas de ropa muy aterrada y sucia por las labores propias de la agricultura y la ganadería, de una familia tan numerosa.
Este 22 de mazo de celebra el Día Mundial del Agua, declarado por la ONU para hacer conciencia sobre el tema y para acelerar las acciones para su mejor aprovechamiento y protección.
Debido al crecimiento poblacional, la disponibilidad de agua ha disminuido dramáticamente, en 1910, según el INEGI, la disponibilidad del líquido era de 31 mil metros cúbicos por habitante al año, para 1950 eran 18 mil metros cúbicos; en 1970 era menos de 10 mil metros cúbicos, en 2005 sólo se disponía de 4 mil 573 metros cúbicos y para 2019 disminuyó a 3 mil 586 metros cúbicos anuales por mexicano.
El INEGI sitúa a Zacatecas en el nivel medio en cuanto a disponibilidad de agua, pero independientemente de los informes oficiales, la realidad que padecemos en el estado es crítica, pues al menos en los municipios más poblados ha sido necesario el tandeo de agua como una forma de ahorro y de eficientar su distribución, pues cada vez se hace menester excavar más profundo para encontrar el preciado líquido.
El servicio de agua potable y saneamiento es un derecho humano esencial para la consecución de todos los demás derechos, reconoció la ONU en la resolución 64/292, en 2010, sin embargo, cada vez hay menos agua para el consumo humano en el planeta; de no hacer conciencia a tiempo el futuro será catastrófico, porque ni con mancuernas –como lo hacían mis tías– podremos llevar a nuestras casas el agua que necesitamos para hacernos vivir.