No todos los acontecimientos que pasan en el día a día de un país, un estado, una ciudad, vaya, ni siquiera de la zona habitacional en que vivimos nos impactan, si acaso nos enteramos y nos da igual o fingimos que no nos importan –estamos en la era en la que vemos y callamos para no meternos en líos ajenos, eso decimos–.
Hace unos meses, cuando mucho un par de años, cuando nos enterábamos de que en tal lugar habían desaparecido a una persona o que en otro lugar, también distante de nosotros, habían desaparecido a otros se nos hacía algo irreal, muy distante de nuestra cotidianidad, insisto, algo con lo que nos sentíamos tan ajenos.
Hasta ahora el caso más impactante a nivel nacional es el de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos –conocida sólo como Escuela Normal Rural de Ayotzinapa– que fueron privados de su libertad y “desaparecidos” el 26 de septiembre de 2014.
Tal vez fue la cantidad sin precedente de personas que “desaparecieron” sin razón aparente lo que hizo viral la noticia; luego el caso pasó de una autoridad a otra como una papa caliente para ver si con el paso del tiempo se olvidaba el asunto.
A nueve años del terrible acontecimiento, sólo se han encontrado fragmentos de huesos de tres personas, o eso es lo que las autoridades han dicho en medio de una serie de hipótesis, teorías e historias mal contadas de gobiernos que van y llegan. Es muy probable que la verdad simple y llana de lo que ocurrió ese terrible día de vergüenza nacional, nunca la sepamos.
A nivel local las historias de personas desaparecidas, lamentablemente, ya es pan de cada día, baste echar un vistazo a nuestras redes sociales, convertidas en el medio favorito de las salas de prensa de los gobiernos en turno, para ver un día sí y otro también fichas de búsqueda, alertas Amber y en general noticias funestas para los seres queridos de esas personas que para los gobiernos se han convertido en números y estadísticas.
Algunos casos han sido muy sonados, porque quien los busca “se mueve para hacer ruido”, sabe cómo hacerlo, tiene los medios o el apoyo de familiares y amigos para hacer presión tanto a las autoridades respectivas como a quienes disponen de vidas ajenas como si de un títere se tratara.
En algunos casos la presión social ha dado resultados; recordemos el caso de Teo, el niño que fue separado de su familia en enero de este año y que por días estuvo desaparecido, toda su comunidad se unió para exigir resultados, no fueron pocos los que marcharon por las calles de Zacatecas para pedir que Teo regresara con vida, a la marcha se unieron familiares de otras personas desaparecidas, fue tanta la convocatoria a esa marcha que no pudo pasar desapercibida.
Al poco tiempo el menor fue localizado caminando solo, de noche cerca de su casa…
Pudiera llenar un tomo de enciclopedia con historias similares, son tantas que sólo algunas permanecen en nuestras mentes aunque para los que los esperan, cada día sin noticia de ellos es una agonía.
Esta semana la iniciamos con la trágica noticia de que siete menores de edad fueron privados de su libertad en un rancho de Malpaso, Villanueva; la noticia circuló igual en medios locales que en nacionales. Desesperadas, las familias y amigos de los muchachos se organizaron y bloquearon la circulación en ambos sentidos en la Unidad Regional de Seguridad (Unirse) de Malpaso para hacerse escuchar por las autoridades que parecen ciegas, sordas y, lo peor, insensibles.
Las noticias de este tipo cada vez son más cercanas a todos, meses atrás sólo nos enterábamos por las noticias en la tele, en la radio, los periódicos o medios digitales y eran de personas ajenas a nuestro entorno; ahora ya conocemos tal vez al menos a una persona que lleva a cuestas la pena de no saber de un ser querido sin importar su edad o género ni si es una persona de bien o no, pues parece que ya ni eso importa.
Quienes tenemos o tuvimos hijos adolescentes sabemos cómo es vivir con la zozobra en el corazón, porque nuestros chicos quieren explorar su entorno, divertirse con amigos, ir o venir solos de la escuela y a nosotros como padres nos cuesta hacerlos entender que no es buena idea, que no es el momento propicio para tener esas libertades que tal vez sus hermanos mayores tuvieron, porque somos rehenes del temor a perder lo más preciado que tenemos: nuestros hijos.
Hablemos con ellos, pero más importante aún, escuchémoslos, pongamos atención a lo que nos dicen, qué hacen, cómo visten, cómo van en la escuela, quiénes son sus amigos, cuáles son sus diversiones, creo que sólo de esta manera les podemos poner un “círculo de protección”, no dejemos lugar para las confusiones, para las tentaciones, no temamos corregirlos, creo que nadie murió ni se traumó toda la vida por un regaño merecido de nuestros padres, que se enoje el chamaco porque no le dejamos ir “a dar la vuelta”, tal vez al negar ese permiso, le estemos salvando la vida.