No más silencios, por favor

Cada que escribo respecto a las maternidades parto de una afirmación propia en la que señalo que no es todo en la vida, que los embarazos no siempre son hermosos y que no todas las mujeres tenemos la oportunidad de maternar sin carencias económicas y en entornos de amor.

Sí está chido tener hijos, en mi caso una hija que ya tiene 21 años y que es una mujer noble y divertida.

El papá de Ángela es un padre ausente, que aparece en el universo de manera presencial cuando su estado está en el límite de la conveniencia (su aliento lo delata de acuerdo a las palabras de mi engendrilla), y luego aparece también por un mensaje de WhatsApp en navidad, año nuevo y cumpleaños.

Hay ausencias que abonan mucho más que las presencias y aunque haya temas que las criaturas tendrán que resolver en terapia, tengo la seguridad de que estar al lado de un hombre violento a la larga puede llevar a los engendrillos a lugares peores.

La semana pasada, mientras hacía mis comiditas, escuché a la diputada Isadora Santiváñez presentar una propuesta de iniciativa de ley con la que se busca suspender las visitas a los hijos (en casos de separaciones o divorcios) si los padres/madres enfrentan procesos penales por violencia contra su pareja, así también cuando la o el progenitor visitante es adicto al alcohol o drogas.

Supongo que la diputada checó con lupa los detalles de ésta, que podría ser una excelente herramienta para alejar a nuestros hijos de quienes los pueden lastimar.

A partir de aquí voy a escribir como mamá y si alguien señala que también hay papás que sufren, con todo respeto les invito a que escriban su propia opinión, esta es la mía y parto desde lo que yo he vivido.

Con el paso de los años he comprendido que el mayor aliado de los hombres violentos es el silencio de sus víctimas, es por ello que cuando lastiman a los niños les dicen “no le digas a tu mamá”, hay mujeres que siguen teniendo miedo de abrir la boca y señalar a quienes en su momento las golpearon, ofendieron o violentaron de alguna manera; a veces se (nos) callamos por miedo y en otras por vergüenza, pero por la razón que sea, siempre seguimos ayudando a los cabrones con nuestro silencio.

Cuando vi el proyecto de iniciativa pensé en lo maravilloso que será para muchos niños (si esta llega a constituirse) porque es justo en las visitas donde a mi hija le pasaban “accidentes”, una vez cuando la chamaca tenía como tres años llegó arañada de la cara, las heridas estaban grandes, no era un simple rasguñito.

El patán dijo que se “cayó” cuando le médico legista la vio dijo “pues se caería en un huizache”, el problema es que cuando ocurren estos accidentes en un intervalo de dos o tres horas que es el tiempo en el que se da la convivencia es interesante analizar si realmente ocurrió un accidente o si lo que pasó fue un descuido del padre, o la otra más simpática: quizá los abuelos no lo cuidaron; porque hay padres tan maravillosos que utilizan el tiempo de convivencia con los hijos para ir a dejarlos con los abuelos, con Angelilla no pasó porque la primera vez que este vato mandó a su hermana a recoger a mi hija les informé que eso NUNCA iba a ocurrir.

Los tiempos de convivencia de los hijos pueden ser una gran oportunidad de unión entre el progenitor que no tiene la custodia y los chamacos, pero cuando éste es una persona violenta, ese tiempo es un periodo en el que yo personalmente me volvía loca porque aparte estaban las amenazas de “me la voy a llevar”, la incertidumbre respecto al cuidado que mi hija tenía y la angustia por no tenerla a mi lado.

Supongo que cuando los ‘apases son buenos nada de eso ocurre y entiendo que está iniciativa en nada afectará a la o el progenitor que no tenga la custodia y que ejerza una paternidad responsable, respetuosa e integral.

Mi hija tiene 21 años, yo ya puedo bloquear al patán a la chingada, Ángela tiene la posibilidad de hablar o no con él y yo ahora tengo la certeza de que hay ausencias que sirven más que las presencias y si no es así, siempre habrá terapeutas que les echen la mano a los engendrillos, pero alejarlos de la violencia nos garantiza que al menos pudimos prevenir que nuestros hijos no murieran en manos de nuestros violentadores.

¿Suena exagerado? Sí, pero no irreal.