Día de Reyes

Aquí estamos una año más en nuestra colaboración semanal, intentaré fallar menos este 2025 y compartir con más frecuencia estos textos.

Hoy es Día de Reyes, día de magia en pleno enero, nos recuerda una de las escenas más poderosas de los evangelios: tres sabios del oriente, guiados por una estrella, llevando oro, incienso y mirra a un niño nacido en un humilde pesebre. ¿Qué nos dice este relato, más allá de su simbolismo religioso? Nos habla de una humanidad que, incluso en su fragilidad, aspira a la trascendencia.

En pleno 2025, la idea de los Reyes Magos nos enfrenta con preguntas incómodas: ¿Qué regalos podríamos ofrecer, no a un Mesías, sino al mundo mismo? ¿Qué necesita hoy esta humanidad desbordada por el ruido, la prisa y el desencanto?

El oro, en el relato bíblico, simboliza la realeza, lo excelso, lo digno de veneración. Pero en nuestra época, el oro que necesitamos no es material, sino interno: un renovado sentido de la dignidad humana, la capacidad de ver al otro como alguien valioso por el simple hecho de existir.

Nos hemos acostumbrado a deshumanizar, a convertir al prójimo en una etiqueta, un “otro” amenazante, un chairo o un fifí… Si los Reyes Magos llegaran hoy, quizás su regalo sería una chispa de empatía, ese “oro” que puede iluminar las sombras de nuestra indiferencia.

El incienso, ofrecido como símbolo de lo sagrado, nos recuerda la necesidad de conectar con algo más grande que nosotros mismos. En un mundo que glorifica lo inmediato y lo tangible, hemos perdido el hábito de mirar al cielo y preguntarnos por el misterio. La filosofía nos llama a interrogar la vida; la religión, a venerarla.

Ambas disciplinas, a menudo en conflicto, convergen en un mismo anhelo: trascender el ego y descubrir que somos parte de algo inmenso y enigmático. Nuestro incienso moderno podría ser el silencio: un espacio para escuchar la voz interior y redescubrir lo sagrado en lo cotidiano.

La mirra, asociada con el dolor y la muerte, en el antiguo Egipto era esencial para el proceso de momificación, es quizás el regalo más difícil de aceptar. Nos recuerda que la vida no es eterna, que cada día es un milagro fugaz. Pero también nos invita a reconciliarnos con nuestra finitud.

En la tradición cristiana, la muerte no es un final, sino un umbral; en alguna filosofía, es el impulso que nos obliga a vivir con intensidad y autenticidad. En este 2025, el regalo de la mirra podría ser la valentía de mirar nuestra vulnerabilidad y transformarla en fuerza: un recordatorio de que, aunque frágiles, somos capaces de amar, crear y soñar.

El Día de Reyes no es solo una festividad infantil; es una metáfora de nuestra búsqueda espiritual y moral. En este momento de la historia, el mundo no necesita más tecnología ni más riquezas materiales. Necesita regalos intangibles: empatía, contemplación, coraje. Esos son los presentes que podrían guiarnos hacia un futuro más humano, más luminoso.

La estrella que seguimos no es otra cosa que nuestra esperanza colectiva. Que no dejemos de buscarla. Que no dejemos de creer.

Venturoso 2025.