Los ayales y tenábaris de la Danza del Venado

La danza forma parte de nuestras tradiciones, es una expresión cultural e histórica a través de la cual se transmiten emociones, es una comunicación no verbal que se produce a través del movimiento corporal acompañado de símbolos, algunas son del folclore, otras son rituales.

Algunas danzas que forman parte de nuestra historia como las de la Conquista, que generalmente poseen un carácter sagrado, así tenemos en el Valle de Oaxaca y Jalisco, “La Danza de la Pluma”, en Zacatecas la festividad religiosa en honor a San Juan Bautista, “Las Morismas de Bracho” donde se representa la batalla entre Moros y cristianos, en Sonora y Sinaloa tenemos la Danza del Venado, de esta última haremos un breve recorrido.

Hace poco fui a mi tierra y tuve la oportunidad de presenciar la “Danza del Venado” o “Mazoyiwua”, aunque solamente lo hizo el danzante que representa al venado, esto me hizo rememorar cuando de adolescente contemplaba dicha danza que constituye un patrimonio histórico cultural.

La danza del venado es una danza ritual de origen prehispánico (previo a la llegada de los españoles y a la dominación y colonización de una gran parte del continente americano), celebrada por los indígenas de Sonora y Sinaloa, que inició hace más de cinco mil años y es la representación de la cacería del venado cola blanca, el cual es un animal sagrado para los yaquis o yoremes y mayos.

La palabra mayo significa “la gente de la ribera” y se reconocen como yoremes “el pueblo que respeta la tradición”, por el contrario, a los indígenas que niegan sus raíces les llaman torocoyori: “el que traiciona”, “el que niega la tradición”.

Los yoremes se localizan en la parte norte del estado de Sinaloa y al sur de Sonora. En Sinaloa se encuentran en algunas localidades de los municipios de: El Fuerte, Choix, Guasave, Sinaloa de Leyva y Ahome. En Sonora, en los municipios de Álamos, Navojoa, Huatabampo y Etchojoa.

En 1531 los mayos tuvieron el primer enfrentamiento bélico con los españoles dirigidos por Nuño de Guzmán y en el año 1584 se da el primer establecimiento formal de los españoles en su territorio. Sin embargo, los mayos no dejaron de resistirse a los españoles. Al poco tiempo se inicia la colonización y evangelización a cargo de jesuitas.

Esto me trae a la mente la frase citada por Eduardo Galeano en su libro Ser como ellos y otros artículos: “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: “Cierren los ojos y recen”. “Y cuando abrimos los ojos ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”.

Recuerdo cuando pasaban en procesión danzando los matachines, acompañados por instrumentos tales como la flauta, tambor, raspadores, bates de agua y sonajas de bule. Los personajes que aparecen en la danza son los paskolas (cazadores) que cubren su cara con máscaras de madera, decoradas con barbas de ixtle y pintura de color blanco sobre fondo negro u otro color.

Los danzantes representan al viejo, la vieja, zagales (muchachos), capitanes, monos, entre otros y el venado (actor principal). Para su caracterización utilizan un calzón o pantalón corto y un rebozo del que penden pezuñas de venado, así como tobilleras con capullos secos que marcan el ritmo de la danza. Los listones de colores y la pañoleta bordada de flores representan y simbolizan el Sewa Ania (símbolo de resistencia, valentía y supervivencia), el mundo de las flores.

El danzante del venado cubre su cabeza con una manta blanca hasta sus ojos y sobre esta manta lleva atada una cabeza de venado disecada, que los yoremes la llaman Masocoba, en la cornamenta lleva listones de colores, destacando el rojo, a veces también llevan una pañoleta bordada con flores cubriendo parte de la cornamenta. En el cuello un collar con elementos de cuentas blancas y concha nácar y lleva su torso desnudo.

Cubre su parte baja con un calzón de manta y alrededor de la cintura, un rebozo atado por un cinturón hecho con pezuñas de venado, que le llaman rijju’utiam, en las manos lleva unas sonajas creadas con ayales (fruto del árbol de ayal). Desde las rodillas hasta los tobillos los clásicos tenabaris, largos cordones creados con capullos secos de mariposa a los que les introducen piedritas de río y al ritmo de la danza hacen un ruido parecido al de las sonajas de las manos. Sus pies van descalzos.

La danza es una dramatización y en este caso, es sobre la cacería del venado. Detrás de esta caracterización, vestimenta y accesorios, está la cosmovisión de estos pueblos yoremes. Los listones de colores y la pañoleta bordada con flores simbolizan el Sewa Ania (el mundo de las flores); las cuentas blancas y de concha nácar, simbolizan al sol, la luna y los cuatro puntos cardinales, así como la cruz de la religión cristiana (el choque con la cultura occidental tras la llegada de los españoles en 1531).

Las cuatro patas del venado-danzante suenan gracias a los ayales y tenabaris que sugieren el ruido de las finas pisadas del venado sobre la hojarasca seca de las sierras de Sinaloa y Sonora. Al ruido de los ayales y tenabaris se une la música de los raspadores (jirúkiam) y tambores de agua (baa’a wéjai) que simbolizan los latidos del corazón del venado.

La danza comienza con la música que toca la flauta de carrizo y un tambor, entonces aparece el venado con el sonido de las sonajas. La dramatización de esta danza se desarrolla de la siguiente manera. Inicia el venado que es el danzante principal, se mueve de un lado a otro de manera rápida y saltando, imitando los movimientos y comportamiento del animal. Cuando los Paskolas (cazadores), aparecen en el escenario, el protagonista se asusta y comienza la persecución. Dramatizan una batalla, donde el venado, fulminado por la flecha, inicia una lucha con la muerte.

Se dice que los yoremes eligieron al venado porque se identificaban con él. Un pueblo obligado a sobrevivir y resistir a la guerra, identificado con un animal cauteloso, capaz de escabullirse velozmente y con finas pisadas apenas perceptibles.

Me parece muy importante que se mantengan vivas las danzas de nuestros antepasados, parte del legado histórico-cultural que va acompañado del sentimiento de pertenencia de nuestros pueblos.

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