Como si fuera una novela de terror, policiaca, de misterio y suspenso o todas juntas, se está escribiendo la historia de Zacatecas, esta que nos tocó vivir, presenciar y a algunos –muchos–, soportar, llorar y morir junto con sus muertos…
Aunque pretendamos que no nos afectan las noticias que publican los medios de comunicación la verdad es que la desdicha de toda una generación nos está invadiendo como sociedad y como individuos, como la humedad invade a las casas: lenta y silenciosamente.
Hace unos años, sinceramente ya no sé cuántos, pero hace relativamente poco tiempo, era novedosa la aparición y circulación de una ficha de desaparición de una persona. Ahora, todos los días hay no sólo una, sino dos o tres en un mismo día, aunque no todos los días los medios dan cuenta de ellas ni de todas, pues no todos los familiares y seres queridos de los que no están “se mueven” para que los vean los medios, sólo algunos casos llenan los titulares con declaraciones desgarradoras de quienes los buscan.
El tema me saltó como balde de agua fría una noche que, sin proponérmelo, “me clavé” en el “face” sin un verdadero objetivo, sólo ver y ver matando minutos de ocio que había decidido regalarme ese día… de pronto caí en la cuenta que no sólo estaba la ficha de desaparición de “Teo”, el niño que movió a toda una comunidad y que felizmente regresó a casa o la de la maestra Diana Laura y su amigo Alejandro, que desaparecieron el 6 de enero de Villa García.
En ese ratito me salieron muchas más, no tomé nota, pero regresando a ver, “me topé” con la de Francisco Javier González, Juan Armando Montes Martínez, Diego Eduardo Reyes Torres, Jonathan Javier Escobedo Rodríguez, Lea Salas Alvarado, Erik Guillermo Galván Meza, Frida Sofía Murillo Raygoza, Carlos Montoya Márquez, Juan José Cisneros Torres, Ángel Gustavo de la Rosa Medina…
Y así puedo llenar este espacio, con nombres de personas reales que un día ya no llegaron a sus casas, hombres y mujeres con planes a corto y largo plazo, que son padres, hijos, amigos o compañeros de alguien que llora su ausencia. Esos son sólo algunos de los nombres y apellidos de algunas de las fichas de desaparición que circulan en la red, pocos en realidad comparados con el conteo que lleva el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas que dan cuenta que sólo en Zacatecas del 2018 a la fecha hay 2 mil 169 personas desaparecidas y no localizadas.
La misma fuente sitúa a Fresnillo, Zacatecas, Guadalupe, Río Grande, Jerez, Villa de Cos, Valparíso, Calera, Sombrerete, Ojocaliente, Monte Escobedo, Pinos y Loreto, como los municipios de donde más desapariciones hay.
Y encima del dolor, la angustia y la desesperación de no encontrar a un ser querido, viene otra “agonía”: la que causa la indolencia de la burocracia que obliga a los familiares de la víctima a narrar una y otra y otra vez la misma historia de cómo desapareció su ser querido, piden todo tipo detalles, “echando sal a la herida”, cansando a quienes buscan, omitiendo la celeridad que obliga cada situación, traspapelando documentos, empezando tarde la búsqueda…
¿Será que los servidores públicos que debieran accionar todos los mecanismos para buscar hasta hallar a una persona perdida ya han perdido sensibilidad? Al menos así los hacen sentir, lo sé porque hace unos días la familia de una víctima de desaparición forzada me contó su peregrinar de un lugar a otro, de un personaje con otro, de un medio a otro, de un estado a otro buscando, “hasta con las uñas si fuera necesario”, para encontrar a su persona amada (La Nota Zacatecas https://bit.ly/3X96XQ0).
Las 2 mil 169 personas desaparecidas ni siquiera debieran ser estadística, sencillamente no debería existir esa cifra que llena de dolor a familias enteras, de vergüenza a un estado completo y de desdicha no asumida a la generación en la que están creciendo mis hijos.