A un año de haber asumido la Presidencia de la República, Claudia Sheinbaum Pardo se ha consolidado como la principal heredera y continuadora del proyecto político de la Cuarta Transformación. Doce meses bastan para advertir que la mandataria ha imprimido su propio sello: técnico, metódico y con una visión científica del poder, pero también profundamente social, enraizado en la continuidad del humanismo mexicano que inspiró el gobierno anterior.
El primer año de Sheinbaum ha estado marcado por la estabilidad política y económica, un factor que en tiempos de incertidumbre global no es menor. Su compromiso con la disciplina fiscal, el fortalecimiento de los programas sociales y el impulso a la transición energética le han permitido sostener la confianza de los mercados sin abandonar la orientación social del Estado.
La expansión de los programas de bienestar, el aumento en el salario mínimo, la consolidación del sistema IMSS-Bienestar y la apuesta por un México con energías limpias —a través del Plan Sonora y la inversión en movilidad sustentable— son parte de los pilares de su gestión. Además, su cercanía con las causas de las mujeres y la promoción de políticas de igualdad han consolidado un nuevo tono de liderazgo, más empático y menos confrontativo.
Sin embargo, los desafíos persisten. El principal sigue siendo la seguridad pública, donde la percepción ciudadana aún no se alinea con los avances estadísticos. Si bien algunas regiones muestran mejoras, otras continúan atrapadas en dinámicas de violencia compleja que no se resuelven solo con presencia militar, sino con desarrollo social, justicia y oportunidades.
A ello se suma la necesidad de garantizar plena independencia y eficiencia en los órganos judiciales, fortalecer la confianza institucional y evitar que la polarización política erosione la cohesión nacional que tanto costó recuperar.
Sheinbaum ha sabido combinar la continuidad del proyecto transformador con un estilo propio de gobierno: más institucional, más planificado y con una orientación técnica sustentada en evidencia. Su formación científica se refleja en la manera en que aborda los problemas: con datos, con diagnósticos, con estrategia. No busca protagonismo, sino resultados.
Este enfoque, sin embargo, enfrenta el reto de mantener la conexión emocional con las bases populares del movimiento, que vieron en el liderazgo carismático de López Obrador un referente de cercanía inquebrantable.
El país entra a una nueva etapa de la transformación. Los primeros 365 días de Sheinbaum no sólo confirman la viabilidad del proyecto iniciado en 2018, sino que anuncian una nueva fase: la institucionalización del cambio. Consolidar las reformas sociales, garantizar un Estado fuerte y eficiente, y avanzar hacia un modelo de desarrollo sustentable e inclusivo serán los ejes de su desafío histórico.
México tiene frente a sí la oportunidad de demostrar que la transformación no depende de una persona, sino de un pueblo consciente y de un Estado que trabaja con visión y compromiso de la transformación.

